Empecemos por definir la palabra felicidad: ¿Qué es la felicidad?
Un término con cientos de caras, con cientos de acepciones, intentaremos ir concretándolo a lo largo de estas páginas, pero empecemos con una definición en la que muchos podamos coincidir: Felicidad es plenitud de ser. Esta plenitud de ser se puede desarrollar como un arco iris en muchas características, pero en síntesis, felicidad es plenitud.
Infelicidad es carencia de ser. Puede tener muchos aspectos, pero en esencia infelicidad es carencia, desviación, falta de plenitud que me produce lo que llamamos sufrimiento.
Hay muchas personas que no son felices, que sufren.
Parece una afirmación muy contundente, pero es un hecho que podemos constatar fácilmente: muchas personas se sienten de una manera que no les gusta, que no les satisface. No están contentos con la vida que llevan.
Y esta afirmación se puede hacer extensible a distintos países y a distintas épocas.
Hay muchas personas que no son felices y sufren ¿Cómo podemos ayudarlas?
Le preguntaban a Juan Pablo II que definiese en pocas palabras lo que era
Es lo que pretende la terapia psicológica: la salvación de las personas que sufren y nos son felices. ¿De qué forma?
Según la tradición de la sabiduría perenne, tanto oriental como occidental, todo efecto tiene una causa. Si suprimimos la causa, el efecto desaparece. Sobre este principio se sustenta toda la cosmovisión de nuestro mundo científico occidental. Si conseguimos encontrar las causas, la raíz de las dificultades y las enderezamos, habremos solucionado los problemas.
Lo primero que se nos viene a la cabeza es preguntarnos: ¿Las personas no son felices por un problema de dinero, de nivel de vida? ¿Es ésta la causa que buscamos?
Y muchos le dirán que ciertamente la causa del problema está afuera; que es un problema exclusivo de dinero, de nivel de vida, de los políticos, del mundo que está contaminado, del gobierno, de la bolsa, de sus padres, de su pareja, de sus hijos… Que si arreglan estos problemas, encontrarán la felicidad.
Un cuento:
Un hombre de rodillas en una iglesia, en fervoroso rezo, lleno de congoja, angustia y ansiedad le suplicaba a Dios:
“Señor haz que mi mujer cambie, te prometo que si mejora su carácter, yo seré feliz.
Con mi jefe, haz que no sea tan déspota y autoritario y yo seré, te lo prometo, feliz.
A mis hijos, tú los conoces mejor que nadie, haz que no sean soberbios, que sean obedientes y hagan lo que yo les mando, y te aseguro que yo seré feliz.
Haz que cambien los políticos de mi país, porque son corruptos y están continuamente robando y saqueando a los ciudadanos; cámbialos por favor y yo seré feliz.
Señor mío haz que los servidores públicos, policías, inspectores, jueces, etc. no sean tan flojos y perezosos y te aseguro que con eso me harás feliz.
Finalmente Señor algunos detalles más:
Que mejore mi salud.
Que me aumenten el sueldo.
Que pueda cambiar mi pobre cafetera por un coche nuevo.
Que pueda comprarme una casa en el campo aunque sea pequeña.
Y por último, que me toque la lotería, aunque no sea mucho, y te prometo que con estos
pequeños cambios finalmente seré feliz.
De pronto se escuchó un trueno en el silencio de la abovedada iglesia, una viga cayó desde lo alto, con tan mala suerte, que se estrelló contra su cabeza matándolo instantaneamente, y una voz de lo más profundo pronunció una sonora frase: “Ahora sí
serás feliz.” (Cuento venezolano)
Parece por tanto, que las causas de nuestro sufrimiento no están solamente fuera, que la solución no está simplemente en mejorar las condiciones externas de nuestra vida, porque además, éstas pueden estar lejos de nuestro control y pueden estar cambiando continuamente. ¿Estoy condenado a estar esclavizado, encadenado al sufrimiento, por unas condiciones externas que yo no puedo controlar? ¿Estoy condenado a pasar sed durante toda mi vida?
Muchos hombres actuales, a pesar del dinero y de los avances técnicos, a pesar de los teléfonos móviles de última generación, del televisor de pantalla plana, y del GPS de su coche, se sienten, igual que muchos de sus antecesores, de una manera que no le gusta. Hay muchas personas que no son felices.
En las sociedades más avanzadas económicamente, el índice de depresiones y suicidios crece continuamente, luego eso nos hace reflexionar que a pesar de tener el estómago lleno los espíritus continúan hambrientos. Luego no debe ser “solamente” cuestión de dinero, del nivel de vida.
El diagnóstico de la filosofía perenne, de la sabiduría que corre a través de milenios y de todas las religiones, es el siguiente:
Usando un lenguaje mítico: El hombre sufre porque sigue al demonio en vez de seguir a Dios, ha caído en manos del príncipe de la mentira y tiene su alma en pecado.
Traduciendo al lenguaje científico, afirma la terapia psicológica que algunas de las causa de los trastornos son orgánicos y caen dentro de la medicación biológica, pero que el sufrimiento (no el dolor que es inevitable) es opcional y está originados por hábitos y actitudes desordenadas, disfuncionales. El hombre padece desorientación vital, vive en un caos de ignorancia. Vivimos en un mundo de gente trastornada, nos guste o no, y el mundo que vemos es la consecuencia de esta pérdida de sentido; necesitamos razones para orientarnos y no perder la razón. Si conseguimos ordenar las actitudes disfuncionales y darle sentido a la vida, cesará el sufrimiento.
En el hombre hay una lucha continua entre dos tendencias: el ego (1) y la consciencia (2). El diagnóstico, la causa del sufrimiento es: el hombre que no es feliz está en esa situación porque vive esclavizado por el ego. Por lo tanto:
La única revolución que me interesa es la revolución de la consciencia, del espíritu; liberarme de la esclavitud ocasionada por el “ego”. Desarrollar la consciencia, conseguir la libertad, encontrar el sentido de la vida.
El sufrimiento tiene infinidad de modalidades, pero en definitiva se reduce a una: El hombre que no es feliz y sufre está guiado y esclavizado por el ego. El hombre feliz está guiado por la consciencia.
El hombre no es feliz porque vive esclavizado por un faraón al que llamamos ego.
El hombre no es feliz porque vive encadenado, porque está esclavizado. Esto le impide ser libre, poder vivir sin cadenas ni ataduras. Ser independiente. Y la libertad es el oxígeno de la felicidad. Es imposible ser feliz si no se es libre.
Y la filosofía perenne continúa:
Pero las cadenas que le atan y esclavizan, no son “solamente” externas, sino principalmente internas.
(1) Ver folleto nº 2, 4 y 6.
(2). Ver folleto nº 2, 4 y 6.
La historia de la humanidad se repite continuamente: un faraón nos tiene esclavizados y nos obliga a llevar una vida de esclavos. Pero lo realmente curioso es que este faraón es un faraón interior, un faraón que habita dentro de nosotros y que hemos creado nosotros. Así pues, el hombre vive encadenado por un dictador que él se ha fabricado, que nos encadena y nos obliga a mirar hacia el sitio equivocado, a caminar hacia el sitio equivocado, a actuar equivocadamente.
La existencia de este faraón tiene un doble aspecto: por una parte nos esclaviza, pero por otra parte es una gran noticia, porque si el faraón está dentro de nosotros, la salvación depende de nosotros, depende de mí el liberarme y desatarme de las ataduras que me mantienen esclavizado, depende de mí escaparme del faraón, no de cambiar solamente los factores externos.
La percepción psicológica más importante es darse cuenta que durante la mayor parte de su vida ha estado esclavizado, sin libertad, mirando en la dirección equivocada, por culpa, fundamentalmente, mía. Imagínese en cualquier postura, mirando en una dirección. Ahora distánciese y véase en una pantalla… Lo que puede observar es a una persona mirando hacia alguna parte, no hacia sí mismo. Está mirando en una dirección equivocada.
Otro cuento:
Nasrudín buscaba un objeto debajo de una farola. Se le acercaron varias personas que le preguntaron qué estaba buscando y él le contestó que había perdido un diamante. Inmediatamente todos se pusieron a ayudarle en su búsqueda. Al poco rato uno le preguntó: “¿Está seguro que fue en este mismo sitio?”. Y Nasrudín le contestó: “No, fue en otra esquina, pero aquí es más cómodo buscarlo porque hay más luz”. (Cuento oriental)
Está mirando en una dirección equivocada
Estoy sugiriendo que cambie su punto de vista y empiece a mirar hacia dentro para conocer cómo liberarse y encontrar la libertad. Porque fundamentalmente, la libertad es una tarea interior.
Y aquí se nos presenta un pequeño dilema:
Los políticos le dirán que las causas de los problemas están fuera. Los místicos le dirán que las causas están en el interior de cada uno. ¿Dónde está la solución?
La filosofía perenne afirma que la solución está en una síntesis inteligente de las dos posturas: La liberación tiene que ser doble: mirar hacia dentro, encontrar su consciencia, su identidad espiritual, su libertad interior, y con ésta iluminar nuestra acción exterior.
Pero el paso interior es indispensable y casi primario, posteriormente, una vez libre de sus ataduras internas, intentaré cambiar el mundo dentro de mis posibilidades. Pero primero comenzar por lo primero. ¿De qué me sirve ganar el mundo si pierdo mi alma? Decía Ignacio de Loyola.
Sugiero que acepte el reto y tome el sendero de la gran aventura, de la búsqueda de la consciencia, del desarrollo de la consciencia, que le llevará al reino de la libertad.
Ponga su brújula en orden para que señale siempre el Norte. Y cuando vea que no está mirando, que no está caminando en la dirección correcta, corrija el rumbo y vuélvalo hacia el Norte. Hacia la libertad.
Quiero que se convierta en un guerrero espiritual. El camino del guerrero espiritual, como afirma Ramiro Calle, “es el camino de la consciencia: su acrecentamiento, desarrollo, esclarecimiento. Es el aprovechamiento del tiempo de vida para acelerar la evolución consciente”.
La búsqueda y desarrollo de la consciencia, es la búsqueda de la libertad, del sentido de la vida.
Me negaré a mirar hacia otro lado y pasar por alto el sufrimiento de las personas.
Me negaré a cerrar los oídos y no escuchar el sufrimiento de las personas. Me negaré a llevar una vida trivial guiado por el ego. Intentaré cambiarme para ayudar a cambiar el mundo.
¿Estoy mirando, estoy caminando en la dirección correcta? ¿Estoy caminando hacia la libertad? Esta es la gran pregunta que nos debemos hacer continuamente. “¿Quo vadis?” ¿Hacia donde voy?
La lucha por la libertad pasa por la consciencia, por el darme cuenta que vivo esclavizado; es nuestra gran tarea y la única meta que merece la pena en nuestra vida.
Resumiendo: la gente es infeliz porque vive atada por el ego. La felicidad es vivir para la consciencia, para el espíritu, para Dios, para el sentido de la vida. Todo es lo mismo.
Afirma un proverbio budista: “La mente ofuscada se asemeja al moscardón que confunde lo puro con lo impuro, se recrea en lo sucio y es incapaz de orientarse hacia lo inmaculado.”
Nuestra tarea: orientarnos hacia lo inmaculado, hacia la consciencia, seguir el sentido de la vida, liberarnos, para ayudar a los demás a liberarse de la esclavitud del faraón. Convertirnos en un guerrero espiritual. Luchar contra la desorientación vital. Así encontraremos la paz, el gozo, la alegría, es decir, las cualidades de la felicidad.
Todos los días tenemos un reto: alcanzar mayor libertad. Miticamente: estar en la gracia de Dios, en el espíritu de Dios. Y para ello necesitamos conocer qué es el hombre, cual es nuestra estructura básica. Veámosla en el siguiente folleto.
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