martes, 7 de abril de 2020

Folleto 199

Serotonina (I)



Continuamos explicando la actuación de algunos neurotransmisores.

Los elementos fundamentales que la ciencia observa al examinar cualquier detalle de la vida, son el principio de la evolución y de la selección natural. Sin esos elementos, nada se entiende; la naturaleza se presentaría con una multitud de datos dispersos que haría inviable la formación de una entidad armónica.

La serotonina se dispara en nuestro cerebro cuando tomamos conciencia de que somos una persona especial y de alto estatus en la escala jerárquica del grupo, cuando hay un acontecimiento que pone de relieve nuestra jerarquía. Es un resultado del principio de la evolución y la selección natural.

Los mamíferos humanos somos muy jerárquicos. Lo hemos heredados de nuestros antepasados. Cuando se encontraban en estado salvaje, aquellos que disfrutaban de una jerarquía más alta tenían más probabilidades de sobrevivir  y de transmitir sus genes a la siguiente generación. Además, la selección natural “esculpió” un cerebro que le recompensa con buenas sensaciones cuando sus necesidades prevalecen sobre las necesidades de los demás (esta pulsión se equilibrará, ya lo veremos, con otro neurotransmisor: la oxitocina. Esta le premiará cuando trabaje para el grupo).

Cuando un mono pequeño observa un fruto sabroso que está cerca de otro mono más grande y fuerte, si lo toma sin permiso, tiene muchas probabilidades de ser mordido o golpeado por el que es más grande y fuerte.  Si así ocurre, el dolor disparará el neurotransmisor del cortisol (ya lo examinaremos) que “marca” una señal en sus neuronas. Esta señal le avisará la próxima vez que se coloque en la misma situación de necesidad y le indicará que no es una buena elección. En el futuro evitará volver a exponerse al peligro de ser agredido.

Pero el pequeño mono continúa hambriento (las madres solamente lo alimentarán con leche materna cuando son muy pequeños) por lo que tiene que buscar otra alternativa para alimentarse. Y busca a su alrededor otra pieza de fruta de otro mono que sea más débil que él. Cuando la encuentra, se disparan los neurotransmisores de serotonina que le avisan indicándole: “tranquilo, relájate, eres más fuerte que ese individuo y estás seguro”.  Nuestro pequeño mono cogerá la pieza de fruta sin que el otro, más débil, se atreva a disputársela.

Para el apareamiento ocurre exactamente igual: el mamífero debe asegurarse de que sus genes se transmiten a la siguiente generación, pero sabe que si apunta muy alto, en competencia con otro más fuerte que él, puede salir lastimado. El cerebro ha evolucionado para tomar una decisión muy cuidadosa: cuenta con neurotransmisores para avisarle cuando puede o no puede tomar a una hembra para el apareamiento.  La serotonina le indicará “adelante” si tiene posibilidades y el cortisol  le susurrará “quédate quieto” si hay peligro de que le lastimen. Un mecanismo eficaz y provechoso.

Pero las jerarquías no son fijas e inamovibles, están en continuo cambio. Además, no se excluye la negociación. Los animales con mayor cerebro, con más conexiones neuronales y más oportunidades de elegir, negocian más que aquellos que poseen un cerebro  más pequeño que hace que sus conductas sean repetitivas, estereotipadas y sin mayor capacidad de elección, dependiendo mucho más de los cambios externos y de las condiciones ambientales variables.

Los pequeños monos aprenden a compararse con otros para saber cuál es su puesto en la jerarquía social y de esta manera  tomar las decisiones correctas.  Cuando juegan entre sí, están construyendo  circuitos neuronales que le avisarán sobre cuál es su posición de fuerza o debilidad comparada con otros. Este aprendizaje es más fuerte que el hambre o el apetito sexual porque en ello le va la vida.

Cuando dos mamíferos se encuentran, inmediatamente establecen su posición en la jerarquía, efectuando lo que los biólogos denominan “rituales de dominio o sumisión”. El más fuerte hace un gesto de dominio y el más débil responde con otro de sumisión, indicándole que no le lastime, que está dispuesto a respetar su  posición jerárquica. El conflicto solo estallará cuando ambos sujetos se consideren más fuerte que el otro.  Una vez establecido el estatus de cada uno, se pueden convertir en buenos compañeros. El más fuerte ha recibido su ración de serotonina y se puede mostrar relajado, amigable e, incluso, generoso con el más débil, ofreciéndole alimento o poder aparearse con otras hembras, porque el más fuerte tiene más de lo que necesita y puede abarcar. Pero cada uno conoce perfectamente quién maneja los hilos y quién tiene el poder de controlar los recursos.

Usted puede arruinarse un buen día de vacaciones pensando simplemente que otra persona que conoce ha adquirido un poco de ventaja social, subiendo en la jerarquía y superándole a usted. En nuestra sociedad se nos educa para no manifestar estos deseos públicamente, pero incluso en las sociedades aparentemente más igualitarias, esos impulsos se continúan expresando por otros cauces. Por otro lado, podemos obsesionarnos por pequeñas minucias.  Cuando su brillante comentario o broma es alabada, es premiado con una cascada de serotonina, pero si es ignorada, se dispara su cortisol anunciándole que su supervivencia está en peligro.

¿Cómo podemos escapar de esta encrucijada?¿Cómo podemos evitar este continuo impulso de continua comparación con los demás que llevamos fuertemente “programado” en nuestro cerebro?

Lo explicaremos en el próximo folleto.


(*) Imagen tomada de: https://www.ngenespanol.com/fotografia/chimpances-usan-herramientas/

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