Virus invernales. Desesperanza (I)
Enero es un mes frio, con muchas posibilidades de gripes, resfriados y otras enfermedades parecidas.
Algunas personas se vacunan para evitarlas pero existen otros virus de los que es más difícil escaparse porque la infección está soterrada en nosotros y es crónica. Es nuestra manera de pensar, nuestras convicciones profundas de las que apenas conocemos nada y que sin embargo nos están haciendo comportarnos de una manera que nos ocasionan sufrimiento e infelicidad; son creencias disfuncionales, contraproducentes, que nos han inculcado, contagiado, y que desgraciadamente forman algunos de los cimientos de nuestra personalidad y nos llevan a sentimientos autodestructivos.
Uno de los peores virus que nos acechan en esta época de invierno es la desesperanza.
Comentábamos en un folleto anterior (165) la frase que se podía leer en la entrada al Infierno de la
Divina Comedia de Dante: “Los que entréis aquí perded toda esperanza”. Frase terrible y a la que hay que derrotar.
Es indispensable recuperar la esperanza, uno de los elementos del bienestar psíquico, y recuperarla después de las vacaciones de Navidad es una tarea primordial porque parece que la desesperanza nos rodea cuando terminan estas fiestas y todo se desmonta; es parecido al síndrome de abstinencia que padecen los adictos cuando se les acaba la droga, algo muy desagradable.
Tan desagradable es la desesperanza que hay personas que piensan que es mejor no pasar por estas vacaciones para no verse decepcionado por su final o por los sueños destrozados y perspectivas rotas.
La esperanza es la convicción de que es posible que lleguemos a una meta querida, que lograremos en el futuro unos resultados apetecibles, ya sean internos (mayor paz), mejores relaciones (enamorarme, nuevas amistades), mejores condiciones externas (trabajo, dinero, disfrutar la vida), trascendentes (otra vida es posible).
La desesperanza es todo lo contrario, es la convicción de que continuará el infierno interior, estaré siempre solo, con pocos medios, no hay futuro alguno apetecible.
Parece “como si” en la naturaleza los virus quisieran atacar continuamente el trípode de nuestro “yo”: la fe, origen de la esperanza, y nuestras acciones derivadas de ambos principios. Los virus de la desesperanza nos están provocando continuamente, retándonos, amenazándonos con socavar nuestros cimientos. La eterna batalla representada en todos los mitos entre el Bien y el Mal. La esperanza no es una conquista para siempre, hay que cultivarla, mimarla y defenderla de los virus que intentan aniquilarla.
En la cultura occidental hay desde los primeros tiempos, maestros de la desesperanza: el griego Gorgias que opinaba que nada podía conocerse con certeza y si se conociera no podría comunicarse; Nietzsche que sostenía que hay que abandonar la ilusión de encontrar objetivos significativos; Sartre que defendía que la nada acechaba al ser y estamos condenados al fracaso… y si buscamos un poco encontraremos una larga lista de otros pesimistas y nihilistas parecidos en todas las épocas y circunstancias.
Sostengo que la desesperanza es un virus que tiene cura, que la desesperación que nos hiere en lo más profundo es una enfermedad de la psique que se ha contaminado pero que podemos derrotar su influencia y que hay personajes que en su narcisismo nos quieren robar la esperanza para sentirse importantes
Me niego a que me contagien y en el próximo folleto buscaré como desafiar a estos ladrones nihilistas narcisos que quieren desalentarnos, desanimarnos, destruirnos, que es el peor virus que nos podemos encontrar y la peor clase de terrorismo en acción, aquellos que buscan asesinar nuestro espíritu.
El problema de los virus en el mundo tiene muchas dimensiones (en definitiva, el problema del mal): cómo Dios lo permite, cómo nos afecta el mal que nos acecha y rodea por todas partes… Es lo que intentaba responder Leibniz con su teodicea, defensa de Dios, con las herramientas y teología que disponía en esa época, actualmente nuestra visión de Dios ha evolucionado y difiere mucho de la del barroco, marcha por otros caminos, pero la principal dificultad no consiste en cómo Dios puede permitirlo o quererlo, sino en el poder que tiene el mal de amenazarnos con la pérdida de la esperanza, de nuestra identidad profunda, de la ausencia de sentido de la vida, con la ruptura de creer en unas metas anteriormente valiosas para nosotros, la posibilidad de quebrarnos, amargarnos y de oscurecer nuestra capacidad para luchar por lo que merece la pena. Pero ¡Sursum corda!, ¡Arriba los corazones!, los virus no tienen la última palabra
Le animo a que vuelva a escuchar el discurso de Al Pacino en la película “Esencia de mujer”. https://www.youtube.com/watch?v=YQzofOmk_Bw
Saludos y feliz Año Nuevo.
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