domingo, 3 de junio de 2018

Folleto 148

La vida no tiene sentido (III). 

El sentido de la vida y la trampa del perfeccionismo



En el folleto anterior, siguiendo a Iddo Landau,  uníamos el concepto “sentido de la vida” a la tesis que sostiene que la idea “sentido de la vida” está basado en la “valoración” de lo que hacemos y por lo tanto, si no hacemos nada excepcional, digno de un altísimo valor, la vida no tiene sentido, está “vacía”.

Examinemos esta trampa:

Si el sentido de la vida está basada en el valor de lo que hacemos, solo las personas que consiguen logros excepcionales tienen vidas llena de sentido, mientras que el resto de las personas normales que no conseguimos nada extraordinario, tienen una vida muy pobre de sentido.

Solamente los multimillonarios, que pueden conseguir innumerables objetivos, tienen una vida llena de sentido. Solamente los deportistas de élite, los premios Nobel, los papas, jefes de estado, y gente parecida, tienen una vida llena de sentido mientras que nosotros los pobres, los peones de la sociedad, los “de abajo”, llevamos una vida muy escasa de significado.

El error consiste en atribuir valor solamente a lo perfecto o excepcional

Seguramente las comidas preparadas en los restaurantes de lujo de Madrid, París, o Londres, tienen un sabor exquisito, pero eso no significa que los platos que se pueden preparar en la cocina de casa, sean malos y no sean apetecibles. Quizás aquellos sean mejores que los nuestros caseros, pero de vez en cuando nos salen platos de chuparse los dedos. Einstein fue un genio, posiblemente con un coeficiente intelectual mucho más alto que el nuestro, pero eso no significa que nosotros no tengamos ninguna inteligencia.

No solemos juzgar los acontecimientos en términos de “todo o nada”, existe una línea de continuidad entre los dos polos; si no alcanzamos la estatura moral de un San Francisco de Asís no significa que seamos depravados. Es la trampa del “o todo o nada”; si no sacamos sobresaliente en una asignatura, es que hemos tenido un “cero”; si solamente los guapos y modelos de pasarela pueden salir a la calle, la mayoría nos tendríamos que quedar en casa.

Y sin embargo, muchos de los que aceptan la graduación en múltiples esferas de lo cotidiano, no la aceptan en el “sentido de la vida”. Si no han conseguido el nivel de los grandes: Shakespeare, Cervantes, Platón, Newton, su vida carece de significado. No merece la pena escribir una palabra si no somos capaces de parecernos a ellos. Si no somos como Bach, Mozart o Miguel Ángel, no valemos nada, somos del grupo de los “ceros” a la izquierda. Hemos fracasado en la vida.

Pero si rechazamos el perfeccionismo en tantas esferas, no es razonable que lo apliquemos al sentido de la vida y defender que si no hemos escrito la mejor novela del siglo, si no hemos revolucionado la ciencia, si no hemos alcanzado la cúspide de nuestra profesión, nuestra vida carece de sentido.

Adviértase que los no-perfeccionistas pueden admirar a todos esos grandes hombres, incluso admitir que su vida es más plena que la nuestra, también desear ser como ellos; pero los no-perfeccionistas al contrario que los perfeccionistas, son capaces de apreciar el enorme valor que tiene todo aquello que no es soberbio, fuera de lo normal, fantástico. Pueden reconocer valores en lo que es bueno pero no soberbiamente maravilloso. Aunque no sea perfecto, es valioso.

Los perfeccionistas insisten en conseguir y estimar solamente lo excelente y se ciegan en encontrar valores en lo no excepcional, en la multitud de elementos valiosos que les rodean. Para ellos sólo existe o el culmen de la pirámide o el no-valor. Los dos extremos.

¿Esto significa que si no conseguimos lo excelente, si los no-perfeccionistas gobiernan la sociedad está en peligro el progreso y la civilización? ¿No caeremos en la mediocridad y pobreza? Si no seguimos a los perfeccionistas ¿no perderemos la motivación?

Creo que no, y una prueba es que los grandes, grandes de verdad, son personas que no han sido perfeccionistas. Apreciaban el valor de lo excelente, pero también el valor de lo bueno. Los perfeccionistas tienen una errónea apreciación de la realidad, identifican lo no perfecto con lo inservible, colocan el listón demasiado alto.

Los no perfeccionistas tienen una visión más rica de la realidad pues reconocen el valor de lo no perfecto y que lo no perfecto puede ser suficiente. Por supuesto, esto no quiere decir que cualquier elemento no perfecto tiene un valor suficiente para superar un mínimo, puede ser demasiado bajo para aceptarlo, pero los no-perfeccionistas defienden que mucho de lo no perfecto es suficientemente atractivo para luchar por ello. Y no temen que su vida carezca de sentido por no conseguir lo máximo, lo que no se puede superar. No son perezosos, aprecian lo bueno en sus diferentes grados y tratan de conseguirlo, pero no se flagelan por el todo o nada.

Por el contrario, en muchos casos es el perfeccionismo el que paraliza a la sociedad en detrimento de obtener altos valores: “si no consigo la perfección no hago nada”. La autoflagelación por ser el mejor a cualquier precio es una actitud muy penosa, porque implican, hacia ellos mismos y a su alrededor, obsesión y compulsión. Muchas veces esa búsqueda de lo perfecto es propia de patologías más que de generosidad. La buena vida debe incluir un factor de relajación y carencia de elementos estresantes patológicos, algo a tener también en cuenta a la hora de sacrificar y torturar la existencia por la excelencia. Por el contrario, una perspectiva basada en logros suficientes puede producir altos resultados.

En el próximo folleto examinaremos otras trampas.


(*) Imagen de entrada tomada y traducida de: https://socialpsyq.com/2015/09/18/calling-all-perfectionists/

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