La cultura infantil nos invade
Hace algunos años, la memoria ya empieza a fallarme, los niños llevaban pantalón corto; cuando se hacía mayores y usaban pantalón largo se suponía que habían dejado atrás la infancia, el chupete y distintos artilugios parecidos: comenzaban otra etapa de la vida, entraban en el mundo de los mayores. Actualmente vemos por todas partes a adultos con pantalones cortos, de todas las formas y colores; tradicionalmente las únicas personas mayores que tenían la valentía de vestirse con esas prendas eran los ingleses que vivían en las colonias calurosas, pantalones cortos que adornaban además con calcetines estirados al máximo: un espectáculo grotesco... pero que ellos, sin miedo al ridículo, seguían repitiendo... En las películas también usaban pantalones cortos los exploradores y cazadores de pobres elefantes africanos o inocentes ciervos como Bambi.
El volver la sociedad de los mayores a la moda del pantalón corto indica una clara señal de la regresión de la cultura actual en occidente a la infancia, regresión que según nos enseñaba Freud, es un mecanismo de defensa ante situaciones que no sabemos cómo afrontar. Ejemplo clásico es el de los chicos mayores que vuelven a orinarse en la cama o a chuparse el dedo ante circunstancias que le producen mucha ansiedad. También es un mecanismo de defensa la proyección de nuestros sueños en figuras relevantes de nuestra sociedad que, al contrario que nosotros, sí han conseguido metas valiosas; así la torpe imitación semi-carnavalesca de disfrazarnos y parecernos remotamente a un gran cazador, explorador o escritor bohemio y extravagante apartado de las normas de educación y que aspira, ante todo, a llamar la atención... Es algo parecido a los también infantiles personajes de mente semitarada que se adornan las ropas o se hacen tatuajes con las carabelas de los piratas, ladrones y asesinos psicópatas, o con las insignias y elementos decorativos de los nazis; estos infelices no tienen ni la más remota idea sobre quienes fueron en realidad los piratas ni los sádicos nazis, aunque también es frecuente que sea una expresión de su falta de identidad madura y de su infeliz búsqueda de un Norte que no terminan por encontrar.
Pero cuando vemos a mayores con sus pantalones cortos (te dan ganas pararles y preguntarles a qué hora empieza “el cole”), y les preguntamos por qué usan tan extraña prenda enseñando unas delgadas, feas y antiestéticas piernas, te dirán que es una ropa más cómoda, menos calurosa, más práctica... La sociedad infantil siempre encuentra excusas, racionalizaciones, para defender su conducta narcisista.
Otro elemento que caracteriza también a la mente del niño pequeño es llevar consigo siempre un sonajero, una muñeca o algo parecido; algo que los mantenga distraídos y ocupados jugando a juegos infantiles para no aburrirse porque “matar” el tiempo es indispensable en la mente infantil. El tiempo a los niños se les hace muy largo, casi infinito, y como no saben cómo ocuparlo creativamente se buscan distracciones para llenarlo y superar la ansiedad de “no tener nada que hacer”. Actualmente, la muñeca ha sido sustituida por un teléfono móvil o algún tipo de juego en la pantalla del ordenador o teléfono. El asunto es estar siempre con algo en las manos y distraídos.
Estamos actualmente en una cultura y en una sociedad que está volviendo la mirada a las características de la niñez perpetua y que permanecerá en la niñez perpetua mientras no aprendamos a superar los mecanismos para afrontar las dificultades propia de los infantes: negación de los problemas, evitación de la incomodidad, ver más allá de las apariencias, huir de la responsabilidad de afrontar la culpabilidad sin excusarnos y echarle “el marrón” a los demás o al chivo expiatorio (este último, verdadero "mejor amigo del hombre"), etc.
Las frases favoritas de un niño son: “mío, yo” y “no, no me gusta, no tengo ganas”, seguidas de quejas, llantos y mala conducta porque no obtiene, en su visión egoísta del mundo, lo que sus padres, compañeros, etc., le están ofreciendo o pidiendo en ese momento. El niño se define por lo que siente en cada instante: Me siento estúpido luego soy (toda mi persona) estúpido. Lo particular lo eleva a general y además todo es blanco o negro. Es el culto a los sentimientos. Lo importante es lo que sentimos. En una persona adulta, los sentimientos están dirigidos y subordinados por otra jerarquía de valores más altos, estas personas son lo suficientemente fuertes para no hacer caso a ciertos sentimientos. Puede que me sienta sin ganas de levantarme temprano para ir a trabajar, sin embargo, me levanto temprano. En la sociedad infantil por el contrario, es frecuente el divorcio porque la persona afirme que siente “que se le acabó el amor”.
Es propio de la cultura infantil que un periodista le pregunte al intrevistado de turno: “¿Cómo se siente? Lo sano sería responderle al analfabeto que “me siento con ganas de no perder más el tiempo hablando con usted”.
Como afirmaba Fritz Kunkel: “Ser maduro es afrontar, encarar y no evadir cada nueva crisis que aparece”, algo que como todo lo bueno, necesita esfuerzo y dedicación para conseguirse. Como afirmaba Spinoza, lo bueno es caro, raro y difícil; que no nos den gato por liebre tanta gente a nuestro alrededor y no nos confundan con los niños.
¿O quizás es eso lo que pretenden para continuar con sus privilegios?
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