domingo, 24 de febrero de 2019

Folleto 171

Autosabotaje



Parece que hay veces en que nosotros mismos nos encargamos de estropear los buenos momentos que estamos saboreando. Es una especie de autosabotaje donde nos autolesionamos para no disfrutar tanto de una experiencia agradable. Nos trasladamos consciente o inconscientemente a una situación más incómoda ¿Cómo es ésto posible?

Somos en gran medida deudores de los condicionamientos que hemos aprendido en la infancia, de la educación que hemos recibido en una época en que todavía no teníamos el suficiente juicio crítico para juzgar una situación determinada sino que aceptábamos por buena las indicaciones que nos daban las personas con autoridad a nuestro alrededor. Evolutivamente es una conducta muy razonable, por lo general, los mayores saben mejor que los infantes qué es bueno y qué es malo, y en momentos de peligro aceptar sin discutir las órdenes que recibimos de los que tienen más experiencia puede ser la diferencia entre la vida y la muerte.

La dificultad aparece cuando somos mayores y continuamos sin examinar más detenida y críticamente todo aquello que nos han enseñado. Un padre puede ayudar a un pequeño de cuatro años a cruzar una calle con mucho tráfico, si cuando tenemos cuarenta años necesitamos ayuda del padre para cruzar la calle, algo no funciona correctamente, algo se está desviando del intento de conseguir la independencia y la madurez.

Si de pequeños hemos crecido en un ambiente familiar de gritos, insultos, órdenes  autoritarias, agresiones físicas... se puede dar el caso, en algunas personas, de que siendo ya mayores y viviendo en un ambiente de paz, tranquilidad, racionalidad y educación, se origine en esa persona una gran carga de ansiedad y malestar, porque está situada en una zona emocional completamente distinta a la que vivió en su niñez o adolescencia.

Es decir, como no estoy en el infierno en que vivía de pequeño y en el cual aprendí a sobrevivir, sino que por el contrario ahora estoy en el paraíso, me parece que estoy fuera de lugar, me he colocado en un ambiente extraño y automáticamente, muchas veces inconscientemente, sin darme cuenta, haré lo posible para salir del paraíso y volver a repetir el infierno en el que me crié y crecí, porque era un ambiente conocido y que relativamente podía dominar. Esa persona saboteará esa situación de tranquilidad para volver al clima emocional donde se crió. Hará tonterías para que le griten, incluso le peguen, porque esa era la forma familiar en que se ha educado. Es la búsqueda del equilibrio masoquista que aprendió en la infancia, un ejemplo de motivación de recompensa por efectos secundarios. Así de extraños y maravillosos somos los humanos.

Hay que enseñarle a esta persona que tiene derecho a vivir en el paraíso y que, en el paraíso, se puede vivir mejor que el infierno.

Cuando nos asalta la tentación de adaptarnos a un nivel de infelicidad, a que me traten mal, a que me falten el respeto y me martiricen, en definitiva, a estar prisionero, hay que luchar contra ese acomodamiento, esa resignación malsana, y repetirnos fuertemente que “este no es mi sitio, puedo escaparme de este infierno” y luchar por conseguir la libertad. Otra cosa es que lo consiga, pero al menos moriremos luchando en pie, y no como esclavos arrodillados.

Para reeducar a estas personas, hay que  mostrarles que otro mundo mejor es posible y se puede conseguir. Enséñeles ejemplos de situaciones positivas y normalidad en la convivencia, que sea testigo de otros sabores y que aprenda a distinguirlos y gustarlos de forma que pacientemente cambie su sistemas de creencias y le apetezca abandonar su equilibrio masoquista. Y hay que asegurarles a que tienen derecho a vivir en el paraíso.

Deshágase de los estímulos que disparen y desencadenen estilos de pensamientos, sentimientos y conductas que les transporte a formas anteriores de su vida que no eran sanas ni le ayudaban en su desarrollo psíquico: guardar regalos de compañías malsanas con las que ya no convive, de personas que han sido tóxicas, frecuentar ambientes decadentes, entretenimientos pobres o degradantes. Contémplelos como basura de las que hay que deshacerse para que no le contaminen de nuevo.

En su lugar debe rodearse de estímulos que desencadenen momentos agradables y de bienestar. Buenos recuerdos, buenas experiencias, buenos sentimientos.

Y recuerde: si puede soñarlo, puede hacerlo.



(*) Imagen de entrada tomada de: https://serenityvista.com/wp-content/uploads/2014/10/cutting-tree.jpg

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