Las creencias muchas veces tienen un doble contenido: un contenido equivocado, erróneo y otro práctico que por el contrario es muy aprovechable. Es la curiosa paradoja del doble fin. Imagínese que está cocinando un arroz y piensa que es bueno echarle un poco de sal porque de esa forma los dioses ayudan a que la sal nos haga fuerte. La creencia es absurda, pero el arroz que se cocina tendrá un buen sabor.
No me importa si tus creencias son ortodoxas, de acuerdo con las mías, sino tu conducta. Me da igual que seas budista, cristiano, judío, indio o mahometano. Lo que me interesa es tu conducta: si es humana, si lucha por la libertad y contra la opresión… Lo demás me trae sin cuidado. Ya seas hereje o no. No es importante. Te juzgarán por tu humanidad. Interna y externa.
Un señor que hace ejercicio físico y tiene una dieta sana porque de esta forma opina que la luz del sol le atravesará mejor y se convertirá en Superman, sustenta unas creencias infantiles, supersticiosas y equivocadas, pero hace gimnasia y se alimenta correctamente… Es la paradoja de la persona que hace algo bueno con motivos aparentemente equivocados… Déjalo en paz; ya despertará. Ya habrá tiempo para ponernos más o menos de acuerdo. En tiempos revueltos, y siempre son tiempos revueltos, coincidamos en lo fundamental. Me gusta un pasaje del evangelio donde Jesús se acerca a un centurión romano que le está pidiendo que sane a uno de sus esclavos, una persona con unas creencias totalmente distintas a las de Jesús, y Jesús le comenta que no ha encontrado a nadie con mayor fe en Israel, una persona que se preocupa de su esclavo… Dejémonos de pelearnos por si nuestras creencias coinciden al milímetro, bajemos el listón de las exigencias y empecemos a colaborar con aquellos que sustentas ideas creativas y liberadoras vengan de donde vengan. No importan que sean galgos o podencos, corramos que quieren devorarnos. Afirmaba San Agustín que unidad en lo fundamental, diversidad en lo accidental… Y casi todo es accidental.
Valorar a una persona por algunas de sus creencias equivocadas y no por su conducta en general, es propio del fanático. Y lo característico del fanático, como opinaba Samuel Oz, la esencia del fanatismo, es la pretensión de cambiar a los demás a la fuerza; y las creencias no se matan a cañonazos, con violencia. Es imposible. Lo único que se logra a cañonazos es aumentar la confusión y el sufrimiento.
Atacamos a una persona por ser obispo, a otro por ser socialista, anarquista, comunista o conservador… Etiquetas muy pobres. Dime si es un ladrón, si se aprovecha de su cargo y de las personas que le rodean, si hace infeliz a quien se le acerca… Lo demás no me interesa.
Nuestra sociedad generalmente se guía por imágenes. Por etiquetas fabricadas con muchísima propaganda. No es lógica sino emotivamente superficial. Como consecuencia, tenemos autoridades con una careta personal muy atractiva, fruto de la publicidad, y unas actuaciones inadecuadas. Personas que no rompen cadenas, sino que son faraones que intentan esclavizarnos una y otra vez. Intentan volver a engañarnos.
Ya es hora de abandonar las inquisiciones, los tribunales de disidentes; otro mundo, otra civilización es posible. Trabajemos por ella, porque como afirma la hermosa canción “La muralla”:
Para hacer una muralla
tráiganse todas las manos,
los negros sus manos negras
los blancos sus blancas manos.
Una muralla que vaya
desde la playa hasta el monte,
desde el monte hasta la playa
allá sobre el horizonte.
Tun, tun, ¿quién es?
Una rosa y un clavel. Abre la muralla.
Tun, tun, ¿Quién es?
El sable del coronel. Cierra la muralla.
Tun, tun, ¿quién es?
La paloma y el laurel. Abre la muralla.
Tun, tun, ¿quién es?
El alacrán y el ciempiés. Cierra la muralla.
Al corazón del amigo, abre la muralla.
Al veneno y al puñal, cierra la muralla.
Al mirto y la hierbabuena, abre la muralla.
Al diente de la serpiente, cierra la muralla.
Al ruiseñor en la flor, abre la muralla.
Otro mundo, otra civilización más tolerante con las ideas del otro es posible. Trabajemos para conseguirlo.
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