viernes, 31 de agosto de 2018

Folleto 157

"Como si" (I)



Una de las grandes tragedias de nuestro mundo occidental es que nos dividimos en dos tipos de personas: los triunfadores y los perdedores, los que alcanzan las metas y los  fracasados.

El estrés diario por la presión para no ser un perdedor acaba en  ansiedad generalizada y depresiones y éstas, si son muy agudas, en suicidios; ambos trastornos tienen frecuentemente en el fondo una misma causa: en esta vida soy un perdedor y un fracasado, no puedo afrontar ni un momento más el continuar existiendo de esta manera; necesito descansar.

Este descansar como sea, parece la solución más aceptable antes que pensar en revaluar su forma de vivir o pedir ayuda a familiares, amigos o personas cualificadas que le puedan aconsejar. En nuestra sociedad, el solicitar ayuda es una señal de debilidad, una humillación que no se está dispuesto a soportar. Es reconocer que no sirvo para nada, que no tengo sitio en este mundo, que  soy  un apestado.

En nuestro cada vez más secularizado mundo occidental (tendencia que parece imparable y que en sí es positiva en tanto en cuanto sea una evolución sana), las personas ya no se identifican como cristianos católicos, protestantes o de otras religiones, sino que su identidad se basa en sus habilidades, profesiones y por la cantidad monetaria de sus ingresos mensuales o anuales. La personalidad individualista, fuerte, que es capaz de autoabastecerse y resolver sus propios problemas es la figura preponderante con la que se nos bombardea por todas partes. Es el hombre duro, el vaquero que fumaba Marlboro en los famosos anuncios del tabaco americano. Si soy un fracasado y un perdedor, según los criterios anteriores, es por culpa mía, yo soy el completo y único responsable de no haber triunfado en la vida

¿Cómo reaccionan estas personas cuando se quedan sin trabajo, enferman, son abandonados, viven aislados y solos o simplemente se comparan con los  “triunfadores” a su alrededor  que parece que lo tienen todo? (hoy con la televisión, el cine e internet, la comparación es a escala mundial).

El primer estadio es la depresión, si es muy intensa, el suicidio. Según estas premisas, me atrevo a asegurar que la tasa de suicidios seguirá aumentando en nuestra civilización.

El suicida no sabe distinguir los síntomas (me siento horriblemente mal) de su yo profundo que quiere seguir viviendo. Al no poder soportar los síntomas se autoaniquila.

En USA el suicidio ha aumentado en un 25% desde 1999. En los estados más pobres la tasa ha pasado de un 38% a un 58%. Estadísticamente la edad más vulnerable para el suicidio se sitúa entre los 45 y 64 años y el suicidio entre el género femenino se ha incrementado en un 80% disminuyendo la diferencia que existía entre sexos. Esta conducta parece una tendencia al alza en la cultura occidental, la aparentemente más desarrollada de nuestro planeta.

Una técnica que nos puede ayudar a salir de esta trampa es la práctica del “como si”.

Actuar “como si” es una solución utilitaria muy efectiva, es un impasse que nos sirve de mecanismo de defensa ante una realidad adversa y que no comprendemos bien.

La electricidad  es “como si” fuera una corriente de agua que circula por los cables,  mi desgana es “como si” la batería de mi cuerpo estuviera muy baja, los átomos funcionan “como si” los electrones orbitaran alrededor del núcleo y se asemejaran a un sistema planetario, vivimos “como si” mañana saliese el sol obligatoriamente…  No es algo dogmático, sino provisional; “como si” el mundo encajara en nuestros modelos.

Son ficciones útiles como afirmaba Vaihinger en su “Filosofía del como sí”. El hecho es que a pesar de ser una teoría pobre, humilde y a la que cuesta adherirse, funciona en múltiples ocasiones y para muchas personas.

Es parecido al faro de un coche que circulando de noche, alumbra en la oscuridad unos cientos de metros hacia delante.  No se puede ver muy lejos, únicamente a unos metros, pero a medida que avanza descubre nuevas metas y objetivos. Es una técnica transitoria, que se reconoce temporal, mientras no se tengan más datos, pero que resulta de gran ayuda al obligarnos a no permanecer parados, pasivos e ineficaces ante los obstáculos que se nos presentan.

Es “como si” fuera un peldaño en la escalera. Sabemos que es algo transitorio, que no nos podemos instalar en él para siempre, pero temporalmente es de gran ayuda. Es lo que denominamos el "mal menor". Es una apuesta continua. Es la forma en que actúa la ciencia moderna, como en la física, donde la causalidad dogmática es reemplazada por la probabilidad. Las leyes de la ciencia no son sino probabilidades que “operan”; lo saben muy bien los físicos, las compañías de seguros y los croupiers de los casinos, pero nadie puede explicar por qué y cómo lo hacen. El gran matemático John von Neumann las denominaba “magia negra”.

Construcciones posibles, hipótesis útiles más que representaciones exactas de la  realidad, teoría humilde pero muy práctica. No tiene el resplandor, aparente, de las grandes teorías dogmáticas que nos atrapan con sus luces y decorados, pero sin embargo nos hace enormemente plásticos, dúctiles y abierto a los cambios y a las opiniones ajenas que pueden ser más ciertas que las nuestras. Y a la larga la flexibilidad y la capacidad de adaptación a las condiciones cambiantes es lo que nos hace sobrevivir.

Por supuesto, como el Ying y el Yang, todos los instrumentos tienen aspectos positivos y otros negativos (los examinaremos en siguientes folletos), pero, hasta entonces, le invito a examinarse y a intentar descubrir los “como si” que  existen en su vida y a su alrededor; una experiencia interesante y curiosa.
Por ejemplo: piense que su padre es “como si” fuera su padre genético, no se agobie y no se haga ninguna prueba… Simplemente actúe “como si”, así evitará muchos problemas y dolores de cabeza... al fin y al cabo, no es tan importante.

(*) Imagen de entrada: viñeta de El Roto, publicada en El País, el 13 de enero de 2013. https://elpais.com/elpais/2013/01/09/vinetas/1357758195_902930.html

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