Crisis y coronavirus
Las crisis que se nos presentan en nuestra vida, como la pandemia del famoso coronavirus, nos sirven para vivir una gran experiencia, una gran sacudida para despertar de nuestra modorra, para acercarnos un poco a lo que se denomina la "iluminación". ¿En qué sentido?
Existen momentos estelares de la humanidad, como escribe Stefan Zweig, donde podemos encontrar, a lo largo de la historia, grandes descubrimientos: el fuego, la rueda, la electricidad, la energía atómica, el descubrimiento de nuevos continentes o la aventura espacial... Pero hay un gran momento, semejante a una especie de sensación de despertar psicológico, que es universal, que aparece en todas las culturas desarrolladas psíquicamente y que se simboliza con las imágenes del ying y el yang, el bifronte Jano, la señal de los templarios, la dualidad cielo–infierno, San Jorge matando al dragón...
Consiste este despertar en darse cuenta de que tenemos la capacidad de dirigir nuestro destino. En el mundo en el que vivimos existe el sufrimiento; pero podemos derrotar al sufrimiento, liberarnos de sus cadenas, de sus ataduras.
Esta experiencia se basa en percibir dos fases de nuestra vida:
La primera, de la fragilidad de nuestro existir vital; somos vulnerables a multitud de factores externos e interrnos, somos criaturas lábiles, como afirmaba Paul Ricoeur, débiles, y no solo físicamente (podemos morir, enfermar o tener un accidente en cualquier momento), sino que podemos pasar de estar bien psíquicamente y anímicamente, a estar mal o muy mal cuando nos asaltan cientos de circunstancias de las que podemos ser responsables, o nada responsables en absoluto. Es percibir el doble aspecto y momentos de la vida: lo bueno y lo malo. En el laberinto del mundo, todo es cambio, cada instante es distinto del siguiente. En un instante, cualquier circunstancia puede situarnos en el desierto, en el infierno... o en el cielo.
La segunda fase de este gran despertar consiste en la experiencia personal de que podemos salir del desierto, del infierno; que a pesar de nuestras debilidades, las dificultades y obstáculos son retos para crecer, oportunidades para adquirir dones, por muy difíciles que aparenten ser, las crisis son una bendición; la vida nos está probando continuamente para examinar si podemos superar la adversidad, y enseñarnos que depende de nosotros escaparnos y salir de ella, elegir el camino hacia lo mejor. No somos hojas arrastradas por el viento o corchos flotando en una marea de agua que nos incapacita para tomar decisiones; de alguna forma la libertad de ser quienes queremos ser, es una posibilidad a conquistar. El desierto es una trampa que podemos aprender a evitar, depende de nosotros y, lo aparentemente malo, horrible, desagradable, es una ocasión para crecer, un reto para despertar nuestro coraje. Podemos convertirnos en magos, tenemos la capacidad de transformar la paja en oro. Podemos darnos cuenta de que todos los problemas tienen solución desde la sabiduría, mochila cargada con las virtudes de la cual la “cáritas” es la principal.
Para conseguir este despertar hay que profundizar en nuestra identidad y responder a las tres preguntas de la filosofía perenne: quien soy, cuál es mi papel en la vida y qué es triunfar. Cuando se responde a estos interrogantes de una manera que nos hace estar completamente seguro de sus respuestas, tenemos la brújula que señala el Norte. Ya no estaremos perdidos, aunque estemos en medio del desierto, daremos sentido a nuestra vida terminando con el desasosiego, la insatisfaccion y aprenderemos a florecer allí donde estemos plantados acabando con los zarpazos sin fin de lo máximo, distinto, emocionante y perfecto, como afirma Pema Chendron.
No hay que asustarse por los obstáculo, por supuesto, debemos ser lo suficientemente prudentes para defendernos de ellos, pero no nos pueden intimidar hasta el punto de hacernos perder nuestro centro. Sí, es un obstáculo, pero no voy a permitir que me desquicie; es una oportunidad para desarrollar nuevas habilidades, porque nada ni nadie nos puede arrebatar la fe de que poseemos la capacidad de dirigir nuestra vida y la esperanza de lograr nuestros objetivos. Esto es algo que nadie puede enseñarnos, hay que aprenderlo por uno mismo. Las experiencias más dolorosas pueden ser nuestros mejores maestros; no podemos controlar los caprichos de la vida, pero sí nuestra actitud, cómo reaccionamos ante los problemas.
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