viernes, 10 de diciembre de 2010

Folleto 28

Egocéntrico, etnocéntrico, mundicéntrico

La evolución de la persona debe pasar por tres escalones, tres procesos: egocentrismo, etnocentrismo, mundicentrismo. Durante el primer proceso, la persona piensa y actúa de manera que lo único que le importa e interesa es su “yo”. Yo solo quiero “mi” propio beneficio, satisfacer “mis” necesidades. En el segundo proceso comienza a preocuparse por los intereses de su “grupo”, piensa en “nosotros”, en contraposición a ellos, a lo que no son de mi grupo; y por último, en el tercer proceso evoluciona del solamente nosotros a pensar en “todos somos nosotros”, el nivel global. Es pasar del narcisismo del primer proceso (yo soy lo único importante, estoy enamorado de mí mismo, inflacción del yo), “mi grupo” es lo que importa y por último, a pensar en plural en el tercer proceso, todos somos importantes. Es el paso de la ética preconvencional (las únicas reglas o convenciones son las que me favorecen a mí), a la ética convencional (mi familia, mi grupo, mi tribu, mi nación, mi equipo) y finalmente postconvencional: todos somos importantes sea de donde sea.


Como expresa bellamente Montesquieu. “Si yo supiese algo que me fuese útil y que fuese perjudicial a mi familia, lo expulsaría de mi espíritu. Si yo supiese algo útil para mi familia y que no lo fuese para mi patria, intentaría olvidarlo. Si yo supiese algo útil para mi patria y que fuera perjudicial para Europa o bien que fuera útil para Europa y perjudicial para el género humano, lo consideraría como un crimen, porque soy necesariamente hombre mientras que solamente soy francés por casualidad”. O como comentaba Gabriel Aresti: Siempre me pondré al lado del hombre, sea cual sea la patria o nación a la que cada uno se remita.

Este proceso se refleja muy bien en los juegos a los que jugamos. El juego egocéntrico, basado en el triunfo del yo, el resultado es yo gano, tú pierdes. Tú ganas, yo pierdo. El etnocéntrico abarca algo más. Nosotros ganamos, ellos pierden o ellos ganan nosotros perdemos; son los juegos de mi equipo, mi nación, mi territorio contra “los otros”. El juego postconvencional y mundicéntrico sería un salto más allá: Yo gano, tú ganas. Tú ganas, yo gano Yo pierdo tú pierdes, tú pierdes yo pierdo.

Un ejercicio muy interesante es observar alrededor nuestro los juegos a los que juegan las personas o a los que juego yo… Muchas veces se mezcla el egocentrismo y el etnocentrismo, pero suele sobresalir uno sobre el otro. Por ejemplo, el tenis individual, puro egocentrismo: yo gano, tú pierdes. A no ser que el jugador represente al país, entonces se mezclan los rasgos egocéntrico y etnocéntricos. Si Nadal gana, toda nuestra tribu gana frente a la tribu contraria. En el fútbol el etnocentrismo se presenta más claramente. Nosotros ganamos, ellos pierden. Aunque dentro del equipo se dan rasgos iniciales de mundicentrismo. Si el equipo gana o pierde, todos los elementos del equipo ganan o pierden.

Piense en la última película que contempló en el cine o t.v., o novela que leyó: personajes envueltos en los procesos egocéntricos o etnocéntricos. Si los mensajes, la propaganda, el lavado de cerebro al que está sometida toda la población es que los protagonistas de aventuras, los modelos, los ídolos, son representantes de creencias infantiles egocéntricas y etnocéntricas, el resultado será una actitud común egocéntrica o etnocéntrica; es muy difícil evitar la contaminación del ambiente.

La civilización occidental en conjunto es una mezcla de egocentrismo y etnocentrismo en casi todos los campos; competición egocéntrica o etnocéntrica por todas partes: política, trabajo, deportes, diversiones… España campeona mundial de fútbol sobre todas las otras naciones. Mi nación, mi tribu, mi grupo es superior al resto del planeta: ¡Qué satisfacción! El paradigma son los juegos olímpicos: entre cien corredores, noventa y nueve pierden y uno gana… egocentrismo mezclado con etnocentrismo… Rusia vence a EEUU… Aunque en veinte siglos hemos dados pasos de gigantes del puro egocentrismo a círculos cada vez más grande de etnocentrismo, todavía estamos lejos del mundicentrismo e incluso muchas veces damos pasos hacia atrás. La degeneración de las autonomías españolas es un claro ejemplo de ello.

Los saltos evolutivos transcurren de la indiferenciación a la diferenciación y de ésta a la integración en una unidad mayor o a la desintegración. Es el mismo proceso tanto en el mundo atómico como en el macroscópico. Es el mismo proceso desde las células a las instituciones. Piense en las autonomías regionales: de una España indiferenciada, a la multiplicación y diferenciación autonómica. El siguiente movimiento es una elección entre una nueva institución que las integre en un nivel superior o disolución de la nación. En este caso, el conjunto se romperá, se desintegrará en pequeñas naciones… y de nuevo comenzará el proceso: indiferenciación, diferenciación, integración en un conjunto superior o desintegración y vuelta atrás.

El mundicentrismo es el reto que tenemos delante, es el salto que necesitamos para el siglo que comienza, el pensar (sin obsesiones, inteligentemente) en los intereses de todo el mundo como si fueran personales, en una mirada inteligente sobre todo lo existente: minerales, plantas, animales y personas. La compasión omniabarcadora que defendían Buda, Isaías, Jesús, Lao Tse, Rumi y todos los adelantados durante siglos. El verdadero reto de la humanidad no es la falta de energía, agua, terrorismo, cambio climático, etc., sino que el poder político, militar, industrial, económico, religioso, que actualmente lo detentan personas que están en los procesos egocéntricos o etnocéntricos, pase a personas que hayan dado el salto cualitativo al mundicentrismo.

Estamos todos unidos y viajamos en el mismo barco, y a medida que los avances científicos sean mayores, la interrelación mundial cada vez será más completa. Una mariposa que bata sus alas en la India influye en nosotros. Una bomba atómica que fabrique en mi casa, influirá en todo el planeta. Si nos unimos, si colaboramos, podemos conseguir grandes cosas.

¿Qué puedo hacer para intentar cambiar un poco la situación? Me niego a seguir jugando a ese juego. Me niego a colaborar en ese juego. Me niego a obedecer, a escuchar a ese juego. Me niego a participar en ese juego.

Es un paso pequeño pero fuerte, y como afirma Wilber: “Quisiera transmitir a quienes están dispuestos a responder a la llamada de un nuevo mañana, a quienes tengan un sincero interés por la cultura integral, quisiera transmitir esta apasionante visión, tender puentes donde otros cavaron zanjas, conectar armónicamente lo anteriormente desconectado y reunir las piezas que se han visto desarmadas hasta que llegue un día en que la alienación resulte absurda, la discordia pierda todo sentido y el Espíritu de nuestro abrazo integral mundicéntrico resplandezca glorioso en el Cosmos anunciando el hogar de un alma despierta, la morada de un destino que siempre habíamos anhelado y al que finalmente hemos arribado. (Wilber, Boomeritis. Pg. 440)

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