Fronteras emocionales (I)
Nos encontramos fronteras por todas partes, es algo inherente a la existencia, desde la materia inerte al ser vivo. Los seres vivos en especial, sin fronteras no podríamos vivir, el medio externo hostil nos invadiría. La primera frontera en el cuerpo es la piel, nos protege y nos aísla, pero al mismo tiempo necesitamos estar abiertos al exterior para tomar elementos de supervivencia que son indispensables. Sin boca, nariz, oído, etc., estaríamos completamente aislados y condenados a la extinción.
Las fronteras implican discriminación y selección. No todo alimento es bueno, no todo el aire es sano. A esa selección primaria se une el sistema inmunológico que nos defiende de las miríadas de invasores que atraviesan las fronteras primarias.
Muchos de los problemas internacionales entre países son causados por dificultades en las fronteras: una nación quiere ampliar sus fronteras a costa del vecino e instaurar nuevos límites, o separarse y crear fronteras nuevas... Igualmente hay personas que quieren entrar en nuestro país saltándose las fronteras sea por la causa que sea, ya sea por hambre en su región, discriminación social, política o religiosa, deseos de mejorar su vida... ¿qué debemos hacer partiendo del supuesto de una acción iluminada por la razón y la compasión inteligente hacia todas las personas? Parece de sentido común que es indispensable una selección entre los que quieren entrar, de lo contrario estamos en peligro de una desestabilización interna; exactamente igual que les sucede a todos los seres vivos.
¿Es una opción egoísta e insensible? No, es de mera supervivencia identificar y colocar banderas rojas a los elementos militantes extremistas, violentos y posiblemente peligrosos para la convivencia interna.
En el ámbito de la psique, ocurre exactamente lo mismo. La dificultad no es solamente impedir la entrada de elementos insanos desde el exterior, sino de plantearnos cambiar, desarrollar nuestras fronteras internas, nuestra forma de pensar. El racismo es una frontera, la discriminación por sexo, religión o tendencias políticas son fronteras, y todas estas fronteras han costado muchísimo trabajo transformarlas e incluso romperlas. Los grandes genios de la humanidad generalmente son rompedores de fronteras, de barreras que parecían inamovilbles.
Necesitamos fronteras contra las ideas externas que nos puedan hacer daño, incluso ideas desarrolladas por nosotros mismos pero equivocadas, contra las acciones de entidades externas que pretenden destruir nuestra fortaleza y ciudadela interior que es el “yo”, cualquiera que sea este y como lo definamos. Establecer las fronteras emocionales, impedir la entrada a los invasores que nos puedan desestabilizar enfermizamente, es una labor indispensable en los seres pensantes que somos nosotros. Necesitamos poner límites, esclarecer fronteras que definan nuestro territorio, qué estamos dispuesto a permitir y qué no, porque uno de nuestros problemas es que no sabemos colocar las fronteras correctamente; no conocemos hasta dónde llegan, cómo defenderlas y cómo seleccionar lo que quiere entrar por ellas.
Y las fronteras modelan nuestra identidad: somos la suma de habitantes, de capacidades que integran nuestro yo, el conjunto de páginas del libro que formamos cada uno de nosotros.
Si las páginas cambian de contenido, de relato, cambiamos nuestra identidad, de ahí la radical importancia de la selección de todo aquello que intenta entrar en nuestro yo. Elegir, aceptar lo que puede mejorar nuestra identidad y no permitir en absoluto, cualquier elemento que pretenda destruir nuestra identidad.
Ciertamente, a veces no es fácil la selección porque, al no permitir de manera absoluta la entrada de nuevas ideas (o personas), nos podemos quedar fosilizados en una identidad muy pobre y con poca capacidad de adaptación a las nuevas tendencias. Ese es el desafío y el riesgo, la diferencia entre la plasticidad que nos permite evolucionar hacia una sociedad que siga creciendo armónicamente y la impermanencia en actitudes obsoletas, sin futuro y sin alas.
En el próximo folleto examinaremos algunas de los dardos que solemos usar para atravesar las fronteras de las personas con las que convivimos diariamente y desequilibrarlos.
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