domingo, 27 de diciembre de 2009

Folleto 15

Leyes sobre el sentido de la vida.

Si estamos navegando una noche oscura y nublada en la que no podemos ver nada; si estamos en un mar que se pierde en el horizonte y no tenemos cartas de navegación ni brújula, en esas circunstancias es muy difícil orientarse, llevar el rumbo a un buen puerto. Necesitamos estrellas que nos ofrezcan referencias, señales que nos indiquen el camino. Es decir: necesitamos el sentido, la dirección hacia la meta.


Somos viajeros. No podemos permanecer quietos. Necesitamos viajar y esta necesidad está grabada en nuestros genes. Cuando me refiero a viajar quiero decir que tenemos que estar siempre haciendo algo con una finalidad. Somos seres que hacen cosas con una finalidad. Esa es nuestra tendencia fundamental: hacer cosas para algo. No podemos estar parados. Somos viajeros y existen distintos medios de transporte y dentro de ellos, existen variados destinos. Necesitamos subirnos a un medio de transporte, tenemos que elegir nuestro destino, este destino es el sentido de nuestra vida y durante el viaje tenemos que adquirir unidades de significación. Las Unidades de Significación son las distintas informaciones, que deben ser continuamente renovadas pues se gastan, que hacen que nuestro destino sea valioso, que no me importen las dificultades y que merezca la pena sufrir incomodidades por lograrlo. (Quien tiene un por qué, no le importa el cómo)

Así pues, dependiendo del medio donde nos subamos, del sentido de nuestra vida, así seremos.

¿Qué haremos? ¿A quién seguiremos? ¿A qué transporte subiremos?

Hay personas que se suben al tren de pertenecer a un equipo de futbol, y tienen que estar devorando continuamente información (unidades de significación) sobre su equipo; otros a un partido político, y devoran las unidades de significación correspondiente, otros a comer y beber o el de reunir dinero, cosas o personas. Existen multitud de medios de transporte a los que subirnos. ¿Qué haremos? ¿A quién seguiremos? ¿A qué transporte subiremos?

El sentido máximo de la vida es el desarrollo de la consciencia, del espíritu. Posibilitar el despliegue del propósito divino en el universo. Miticamente, alistarnos en el ejército del Rey supremo que despliega la bandera: “¿Quién cómo Dios?”. Y abandonar el bando contrario con su estandarte: “Non serviam”. No serviré a Dios.

Debo convertirme en un héroe de la gesta de liberación del género humano en el lugar y con las herramientas que tenga. Controlar el correcto funcionamiento de mi psique y de mi entorno para extender el Reino. Tomar partido por la luz en la eterna lucha contra las tinieblas. Tomar partido por el orden contra el desorden.

Para ello ponernos en contacto con el yo supremo, iniciar la búsqueda sagrada, la conquista del espíritu para encontrar el tesoro escondido, la gran perla, el Reino.

El método debe consistir en trascender las tendencias inferiores e integrarlas en las superiores.

Este es el sentido de la vida que me ofrecerá paz, gozo, alegría, superando el sufrimiento proveniente del dolor físico, y las emociones negativas irracionales de la ira, la tristeza y el miedo.

El hombre para sentirse con plenitud de consciencia, satisfecho básicamente, necesita tener “sentido de la vida”; esto es: poseer convicciones que le satisfagan sobre su origen o causa, y hacia donde se dirige. Quién soy, cual es mi misión, qué es tener éxito, hacia donde voy.

Lo repito porque lo considero indispensable:

El hombre para sentirse con plenitud de consciencia necesita responder a estas tres preguntas:

1. Causa: ¿Quién soy, quién me ha creado?
2. Objetivo: ¿Cuál es mi papel en el universo, en la vida?
3. Éxito, finalidad: ¿Qué es triunfar?

Estas tres preguntas constituyen el sentido de la vida y me indicarán mi identidad.

¿Cómo he llegado hasta aquí? Eso me indicará quién o cómo es mi causa, mi origen, de donde vengo.

¿Cuál es mi objetivo, mi papel en la vida? Me indicará qué debo hacer y si merece la pena lo que estoy haciendo.

¿Qué es el éxito? ¿A dónde voy? Me indicará cual es mi destino. Mantiene viva la esperanza de alcanzar una meta.

Nuestra cosmovisión, nuestro sentido de la vida, hay que alimentarlo continuamente; principalmente a través de los ejercicios de búsqueda de significado, de lo contrario se pierde, se agota. Exactamente igual que una pila que no se recarga; se le acaba la energía. Los instrumentos musicales hay que afinarlos tras un espacio de tiempo porque se desafinan, según el principio de entropía (tendencia de la naturaleza a apagarse, a la organización básica y primaria)

Todos tenemos experiencia de “ejercicios espirituales”, de iluminaciones, que al cabo de poco tiempo, como el agua bajo el sol, se evaporan, se terminan sus efectos, se apagan. No las hemos continuado alimentando y se agotan.

Igual que de comida, igual que de vitaminas, necesitamos nuestra ración diaria de “unidades de sentido, unidades de significado”. Es lo que se hace en todas las órdenes religiosas de las distintas confesiones de todo el mundo, están mucho tiempo orando y meditando. Están recargando sus pilas dentro de sus respectivas cosmovisiones, están tomando unidades de sentido, de significado.

Existe un “vivir aquí y ahora”, sano y otro enfermizo. El sano me libra de ilusiones falsas. El enfermizo se niega a mirar hacia delante. El automóvil se dirige hacia un barranco y me niego mirar hacia delante. El corazón está enfermo de indiferencia, insensible, anestesiado. He perdido la pasión por la verdad y me niego a encararla. Decido distraerme enfermizamente en el “aquí y ahora”.

Necesitamos la tranquilidad de poder mirar hacia lo lejos, hacia el horizonte; necesitamos sentido de la vida. El poseer sentido de la vida, me llena de alegría, me quita la sed, me ofrece gozo espiritual, gratificación y no solamente placer pasajero. Me hace mirar hacia el horizonte y ofrecerme esperanzas: lo que hago en este momento está de acuerdo con mi origen y me lleva en una buena dirección.

Uno de los peores trastornos psíquicos es la depresión, que en síntesis no es sino quedarse sin sentido de la vida, sin unidades de significación. La vida no tiene esperanza, no ofrece metas, no merece la pena el vivir. He perdido la fe. Quién no la haya padecido no sabe lo terrible de ese trastorno profundo. Por eso el alto grado de peligro de suicidio de los que padecen esa enfermedad: es insoportable.

Solamente estaremos satisfechos cuando nos dirigimos a la conquista de la consciencia bajo sus múltiples formas; del espíritu, y para eso debemos estar continuamente preguntándonos si vamos en la buena dirección, en el buen camino; y ejercitándonos en adquirir unidades de sentido, de significación. Este es el fundamento de interrogarnos por la causa, el éxito y la finalidad, para adquirir control sobre nosotros mismos y el entorno. Este es el sentido de la vida.

Por lo tanto las preguntas básicas son:

1. ¿Qué quiero? ¿A dónde me dirijo?

2. ¿Cuáles son las consecuencias de mis actos? ¿Son buenos para mí, para los demás, para el ecosistema? ¿Están dirigidos a desarrollar la consciencia o a colaborar con el enemigo?

3. ¿Las cosas que adquiero son realmente las que me interesan o estoy comprando basura que no me satisface?

Unas herramientas indispensables para esta finalidad y que debemos conocer es cómo funcionan nuestros estados de ánimo, nuestros sentimientos y emociones. Veámoslos.

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