domingo, 1 de septiembre de 2019

Folleto 182

La Ley del Embudo



La profunda necesidad de buscar seguridad en un mundo, a veces, muy hostil, nos conduce frecuentemente a comportamientos patéticos y egoistas, que vistos desde fuera, distanciadamente, nos hace ver las reacciones primarias, propia de niños malcriados por las que nos conducimos ante las dificultades que se presentan.

La Ley del Embudo (ancho para mi, estrecho para los demás) o como se denomina en psicología social con el pomposo nombre de “el error fundamental de atribución”, consiste en que, cuando otra persona comete un error o mala conducta, este se le atribuye a su carácter, actitud o mala educación, jamás a las circunstancias. Si alguien se salta un semáforo en rojo, se debe a que es un imprudente, un borracho o un antisocial. Su personalidad no es muy madura. En cambio, cuando nosotros cometemos un error o una mala conducta, es debido a las circunstancias, no a mi personalidad: yo me salto el semáforo en rojo porque tengo que llevar urgentemente a alguien al hospital o tengo una prisa tan grande para recoger a mis hijos del colegio que no puedo esperar a que el semáforo se ponga en verde. Mi personalidad es muy madura, no soy un antisocial.

La Ley del Embudo siempre disculpa mis errores, no es mi actitud, sino las circunstancias inexcusables las que me obligan a actuar de esa manera, en cambio, en los otros, es su mal carácter o estupidez los que les hacen actuar así.

Igualmente, al contrario. Cuando yo hago una buena acción es debido a mi personalidad tan fantástica, nunca a las circunstancias; en cambio, cuando el otro hace una buena acción es debido a las circunstancias, no a su personalidad. Yo doy limosna porque soy generoso; el otro da limosna porque es rico y le sobra el dinero o para que la gente tenga una buena opinión de él, nunca porque es generoso.

En un mundo, a veces muy adverso, actuamos como la famosa conducta del avestruz que introduce la cabeza en un agujero para no ver los problemas y no enfrentarse a ellos o a practicar la Ley del Embudo: yo soy perfecto, el otro es estúpido: actitud que crea mucho resentimiento en ambas direcciones, y dificultades en las relaciones humanas, que incluyen un amplio abanico desde las amistades hasta los compañeros de trabajo, matrimonios, relaciones familiares, etc., porque tendemos a malinterpretar los pensamientos, sentimientos y conductas de los otros, creando los fundamentos que rompen la confianza mutua.

En el esfuerzo de creer que controlamos nuestra vida, de adherirnos a algo que nos ofrezca sensación de seguridad, hacemos juegos malabares para disculparnos de nuestras equivocaciones: yo no soy el responsable “de meter la pata”, son las circunstancias incontrolables las que me han hecho actuar así; en cambio, las desgracias ajenas, no se deben a las circunstancias, sino que de alguna manera se lo han buscado o lo merecían: “algo habrá hecho”, como decían los simpatizantes de los asesinos terroristas cuando estos mataban a una persona.

Indudablemente, muchas veces, las circustancias pesan mucho, pero otras veces somos nosotros, nuestra actitud, la causa de nuestro mal comportamiento. Distinguir una cosa de la otra es fundamental para poder crecer y madurar.

Resumiendo de una forma práctica: Piense, sienta y actúe como si la conducta de los demás estuviera condicionada por las circunstancias, y su propia conducta estuviera condicionada por su personalidad, no por las circunstancias, aplicándo esta consigna con flexibilidad.

El ser generoso y el intento de “salvar la proposición del prójimo”, como afirmaba Ignacio de Loyola en sus “ejercicios espirituales”, atribuyendo las equivocaciones ajenas a las circunstancias y no a su mala personalidad, renueva nuestra fe en la otra persona, nos hace vivir menos amargamente, suaviza nuestras relaciones sociales y soluciona una de las causas de los problemas matrimoniales: la queja continua por la mala actitud y disposición de los demás, ya sea que no la expresemos y permanezca dentro de nuestro pensamiento íntimo o la manifestemos llenos de enfado y rabia.

Y recuerde:
Usted se conoce a si mismo por sus pensamientos.
Todo el mundo le conoce por sus actos.
Si se siente malinterpretado tiene que decir o hacer algo para que los otros conozcan como piensa y como se siente. (James Clear)

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