El coste de ser crítico
Una época en la que la realidad se puede contrastar de una forma objetiva difícil de refutar.
En cualquier caso, para Sánchez, donde dije digo, digo ahora Diego, dependiendo de las circunstacias. Esta reiteración en la falsedad nos hace preguntarnos si está sometido a alguna patología compulsiva digna de tratamiento o posee razones trascendentales que se nos ocultan a los pobres ciudadanos de a pie y a la gente normal.
Sin embargo, lo que le ocurre a Sánchez no es algo que solamente le pase a él, sabemos por experiencia que en todos los partidos políticos pasa algo muy parecido y el caso de Cataluña es paradigmático: ¿cómo es posible que gente inteligente (contra lo que muchos afirman, entre los votantes de los partidos políticos y los independentistas hay gente inteligente) siga apoyando y votando a semejantes partidos y a estas personas a pesar de las evidencias de su falta de palabra? Como psicólogo es un hecho muy interesante que me atrae y creo que merece una explicación.
Fundamentalmente el asunto a examinar es ¿por qué ciertos grupos de personas son más vulnerables a creer mentiras y objetivos sin fundamento que otros? Dejando aparte las razones emotivas, las razones de castigo o la razón de elegir el mal menor, debemos buscar respuestas en la ciencia y, afortunadamente, los campos de la psicología y la neurología nos ofrecen una información muy valiosa.
Una razón por la que los seguidores de cualquier partido político creen sus falsas afirmaciones proviene de un hecho básico sobre el cerebro: se necesita más esfuerzo mental para rechazar una idea como falsa que aceptarla como verdadera. En otras palabras, es más fácil creer que no creer.
Esta tesis se basa en un estudio histórico publicado en la revista PLOS ONE https://journals.plos.org/ en 2009, en la que hizo una simple pregunta, ¿cómo de diferente se activa el cerebro en un "estado de creencia" frente a un "estado de incredulidad"?
Para probar el experimento, se preguntó a los participantes si creían o no en una serie de afirmaciones mientras su actividad cerebral estaba siendo captada por un escáner fMRI (escáner por resonancia magnética funcional). Algunas frases fueron sobre hechos muy conocidos, por ejemplo, "Andalucía es más grande que Gibraltar", mientras que otras fueron más abstractas y subjetivas, como "el capitalismo o el comunismo son intrínsicamente malos". Los resultados mostraron la activación de áreas cerebrales distintas, pero a menudo superpuestas en las condiciones de creencia e incredulidad.
Si bien los resultados de las imágenes son complicadas de interpretar, los patrones eléctricos también mostraron algo bastante sencillo de comprobar: en general, hubo una mayor activación cerebral y esta persistió durante más tiempo en los estados de incredulidad que en los de credulidad. Una mayor activación cerebral requiere más recursos cognitivos, más recursos de nuestra "base de datos", de los cuales tenemos un suministro limitado. Por lo tanto, lo que muestran estos hallazgos es que el proceso mental de "creer" origina menor coste para el cerebro que el de "no creer" y, consecuentemente, el cerebro favorece con mayor frecuencia la "creencia" frente a la "no creencia".
En otras palabras, el estado predeterminado del cerebro humano es aceptar lo que se nos dice porque la duda requiere esfuerzo. Creer lo que se nos dice origina menos coste, por lo que hay una tendencia a admitirla.
Este hallazgo, preocupante, es razonable desde un punto de vista evolutivo. Si los niños cuestionaran cada hecho que se les enseña, el aprendizaje evolucionaría con un ritmo demasiado lento: el almacenamiento de información se convertiría en un serio obstáculo.
Esta consecuencia puede aplicarse fácilmente tanto al espectro político de la izquierda como al de la derecha.
Para los fundamentalistas de cualquier partido, aprender a suprimir el pensamiento crítico comienza a una edad muy temprana. Es la combinación de la vulnerabilidad del cerebro a creer hechos no respaldados críticamente y a un adoctrinamiento agresivo lo que crea la tormenta perfecta para la "credulidad acrítica". Debido a la neuroplasticidad del cerebro, es decir, a la capacidad de ser "esculpidos" por experiencias vividas, los partidarios acérrimos, literalmente son "programados" para creer declaraciones descabelladas de sus partidos o jefes.
Este "cableado" comienza en el momento en que, desde pequeños, se les enseña a aceptar dogmáticamente las historias más absurdas de la identidad nacional o del partido como una verdad objetiva indiscutible. Las explicaciones basadas en la autoridad entrenan a las mentes jóvenes a no exigir evidencia en las creencias. Como resultado, las vías neuronales que promueven el escepticismo saludable y el pensamiento racional no se desarrollan adecuadamente. Esto conduce, inevitablemente, a una mayor susceptibilidad hacia la mentira y la falsedad por parte de políticos manipuladores y a una mayor sugestibilidad en general.
Si queremos combatir el hábito del cerebro de tomar el camino "fácil" de menor resistencia y evitar las consecuencias destructivas que conllevan para la vida en comunidad, tenemos que desarrollar el pensamiento crítico como individuos y, como sociedad, debemos dar más valor a la evidencia empírica y a los hechos verificables. La educación es un pilar fundamental de la juventud que no se debe descuidar y que debe reflejar dichos valores. Además, debemos crear una conciencia del hecho de que, para la mente humana, "creer" está más cerca de un reflejo "automático" que de una acción cuidadosa y metódica. Aquel que posea los medios para educar a la juventud se asegura su voto político, de ahí la importancia de que la información y la educación no estén en manos de partidos o nacionalismos exaltados.
Artículo tomado de Bobby Azarian, Ph.D en psychology today
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