"Como si" (I)
Una de las grandes tragedias de nuestro mundo occidental es que nos dividimos en dos tipos de personas: los triunfadores y los perdedores, los que alcanzan las metas y los fracasados.
El estrés diario por la presión para no ser un perdedor acaba en ansiedad generalizada y depresiones y éstas, si son muy agudas, en suicidios; ambos trastornos tienen frecuentemente en el fondo una misma causa: en esta vida soy un perdedor y un fracasado, no puedo afrontar ni un momento más el continuar existiendo de esta manera; necesito descansar.
Este descansar como sea, parece la solución más aceptable antes que pensar en revaluar su forma de vivir o pedir ayuda a familiares, amigos o personas cualificadas que le puedan aconsejar. En nuestra sociedad, el solicitar ayuda es una señal de debilidad, una humillación que no se está dispuesto a soportar. Es reconocer que no sirvo para nada, que no tengo sitio en este mundo, que soy un apestado.
En nuestro cada vez más secularizado mundo occidental (tendencia que parece imparable y que en sí es positiva en tanto en cuanto sea una evolución sana), las personas ya no se identifican como cristianos católicos, protestantes o de otras religiones, sino que su identidad se basa en sus habilidades, profesiones y por la cantidad monetaria de sus ingresos mensuales o anuales. La personalidad individualista, fuerte, que es capaz de autoabastecerse y resolver sus propios problemas es la figura preponderante con la que se nos bombardea por todas partes. Es el hombre duro, el vaquero que fumaba Marlboro en los famosos anuncios del tabaco americano. Si soy un fracasado y un perdedor, según los criterios anteriores, es por culpa mía, yo soy el completo y único responsable de no haber triunfado en la vida
¿Cómo reaccionan estas personas cuando se quedan sin trabajo, enferman, son abandonados, viven aislados y solos o simplemente se comparan con los “triunfadores” a su alrededor que parece que lo tienen todo? (hoy con la televisión, el cine e internet, la comparación es a escala mundial).