Abrazar la cruz
Los prejuicios son irracionales. Opiniones, pensamientos y convicciones falsas. Ideas erróneas basadas en enseñanzas equivocadas generalmente aprendidas durante la niñez y asimiladas en una época en la que no poseíamos ninguna capacidad crítica para defendernos, capacidad crítica basada en la razón. Seguíamos a nuestros mayores acríticamente. Según la teoría marxista, detrás de esas ideas equivocadas siempre se encuentra, muy bien escondida, la defensa de una situación de privilegios de unos pocos vampiros chupadores de sangre de la comunidad. Para las teorías cognitivas psicológicas actuales, son errores del procesamiento de la información de nuestra cosmovisión ocasionados por múltiples causas. Nuestra tarea interminable e imperativa consiste en desmantelar esos pensamientos falsos, refutarlos y rebatirlos. Es la forma de llegar a una vida basada en la consciencia.
Sin embargo, cuando nos hacemos mayores se nos presenta el dilema de si debemos sacrificar nuestras nuevas y razonables convicciones en el ara de la unidad institucional. ¿Debemos abdicar de nuestras ideas por el daño que podamos hacer a personas no instruidas? ¿Aceptar ideas obsoletas por el bien de la unidad de la comunidad donde vivimos es una conducta virtuosa o pusilánime? Cuando pienso en este dilema siempre recuerdo la dificultad que un discípulo le presentaba a su maestro… “Maestro ¿No cree que hay demasiadas religiones?” “¿Demasiadas?” Responde el Maestro. “Creo que hay pocas. Cada persona debería tener su propia religión”. Algunos optan por decir lo que consideran razonable caiga quien caiga. Es la postura de los heterodoxos: Arrio, Lutero, Unamuno … Otros son más políticos, más prudentes, para no asustar, escandalizar, ayudar a crecer al niño pequeño. Creo que lo más razonable es distinguir lo importante de lo accesorio. Unidad en lo importante, diversidad en lo accesorio.
En el mito cristiano de la cruz nos encontramos esta realidad. Para una persona ilustrada, es un lenguaje mítico, metafórico. Es como la letra “S” alrededor de un “clavo”, una figura muy usada en el barroco por las asociaciones religiosas católicas y que significa, en un mundo de personas que no sabían leer, “es- clavo”, es decir “esclavo, sirviente” de Dios. Precioso jeroglífico, símbolo de origen posiblemente renacentista.
El significado psicoanalítico de la cruz: llevar, tomar, cargar tu cruz (superadas las acepciones de un sacrificio humano sangriento (¡o de un Dios!) para calmar a un Dios enojado, visión un tanto sádica y todavía muy tradicional entre algunos cristianos) nos conduce a aceptar nuestras carencias insalvables, nuestras frustraciones, abrazar nuestras limitaciones insuperables de que el mundo no es “como a mí me gustaría que fuera”; la cruz nos dirige a la resurrección: sublimación de nuestras limitaciones, convertirnos en magos y cambiar la paja en oro, en resucitar. Las dificultades, los desafíos, no han podido con lo verdadero que todavía sigue en pie y tiene seguidores. En este sentido Albert Ellis habla de tres actitudes muy importantes: La Autoaceptación incondicional: AAI. La Aceptación Incondicional del Otro: AIO. La Aceptación Incondicinal de la Realidad: AIR
En el primer caso (AAI) sostenemos que la persona es un conjunto incontable de características. La AAI afirma que si somos falibles y cometemos errores, no hay que generalizar estas limitaciones al conjunto de la persona. No sabemos jugar al ajedrez como un maestro, pero esto no significa que toda la persona sea despreciable… No tomemos una parte falible de nuestro ser y lo exageremos y etiquetemos a toda la persona por ello. Exactamente igual al juzgar al otro o al juzgar a la realidad.
Esto es abrazar nuestra cruz: aceptar nuestras limitaciones, la de los otros y las de la realidad.
Un criterio para evaluar el desarrollo psíquico de una persona es examinar cuantas veces se está quejando. Una persona que está en el camino correcto, acepta incondicionalmente lo que le sucede, no se queja continuamente. Esto no significa que no tenga preferencias, sino que no absolutiza esas preferencias haciéndolas indispensables y que si no consigue esas preferencias, disminuye su valor como persona. No es fácil; es aprender a convertirse en mago y convertir la paja en oro.
Siempre llegamos a la misma conclusión: para suprimir y afrontar el sufrimiento la clave es vivir con más consciencia. Vivir con más consciencia es descubrir en cada circunstancia un lugar desde el que mirar con el corazón, con compasión, a mí mismo, a los demás y a la vida. AAI, AIO, AIR. Aceptación incondicional. Encontraremos respuestas a los problemas y recuperaremos la armonía. Es renunciar a la vieja identidad y descubrir otra nueva, una nueva visión de sí mismo. Es renunciar al hombre viejo. Una gran tarea tenemos por delante porque el hombre es un proyecto de libertad.
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