domingo, 30 de julio de 2017

Folleto 125

Identidad y equilibrio emocional (II)



Explicábamos en el folleto anterior la importancia de fundamentar y descubrir los principios inamovibles sobre las que se edifica la Identidad Personal, experiencia vital y básica sobre los que se construye la dignidad de la persona y el equilibrio de nuestra vida.

Supongamos que usted se despierta en el camarote de un barco y se pregunta dónde está, que está haciendo allí y hacia qué lugar se dirige… Sube a la cubierta y observa a un grupo de personas que están jugando a las cartas, camina hacia ellos para que le informen de todas estas preguntas, pero nadie le responde, todos  siguen jugando… De pronto viene una ola y arrastra al mar a uno de los jugadores, los restantes se levantan del suelo, se vuelven a sentar y, dirigiéndose hacia mí, me dice uno de ellos: “No se preocupe, de vez en cuando viene una ola y se lleva a uno de nosotros, pero no le de importancia y siga jugando”.

Ésta es nuestra situación: ¿Qué hacemos aquí? ¿A dónde nos dirigimos? ¿Cuál es nuestra misión? ¿Vivimos unos años para qué?  La presencia devastadora de la muerte nos alcanzará a todos, ¿cómo afrontarla? Preguntas indispensables que debe hacerse toda persona para no ser un corcho en el agua o una hoja perdida en el bosque al que las corrientes y las brisas hacen girar de aquí para allá.

¿Existe algo en el ámbito de lo terreno que me permita Fugitiva relinquere et aeterna captare? ¿Abandonar las realidades fugitivas e intentar aferrar lo eterno como expresaba San Bruno?

Creo que no existe una explicación inmediata que sea visible a simple vista, como es contemplar el sol o la luna, de esa “realidad absoluta” que buscamos, que nos salva del desasosiego y la insatisfacción y que aporta una total seguridad a nuestra identidad. Pero igualmente creo que existe la posibilidad, posibilidad basada en la fe, de que esa roca sobre la que basamos nuestra identidad sea posible; no con la definición de fe que estudiábamos en el catecismo y que nunca me gustó (fe es creer lo que no vemos. ¿Cómo voy a creer en lo que no veo? Eso es absurdo e impropio de seres racionales) Sino definiendo la fe como una apuesta. Una apuesta nunca nos ofrece la seguridad matemática, pero nos brinda algunos indicios racionales de que ese puede ser el camino, de que no es una tontería sobre lo que estoy apostando. La vida es una continua apuesta. Apostamos a que se encenderá la bombilla cuando oprimimos la llave de la luz, apostamos a que el sol saldrá mañana, apostamos, apostamos, apostamos…  continuamente, y podemos vivir gracias a nuestras continuas apuestas.

Y apostamos que el valor de la persona está basada en que existe, está viva. La preciosa existencia humana tiene capacidades orgánicas, emotivas, intelectuales, psíquicas, puede tener y hacer. La existencia de todas estas cualidades integradas forman la identidad de la persona humana. Si alguna falta, las restantes son lo suficientemente eficientes para sustituirla. Nada es indispensable excepto estar vivo y existir.

¿Quién soy yo? Un ser que existe, está vivo y tiene una gran cantidad de poderes, capacidades.  Metafóricamente, es “Hijo de Dios”. Mi apuesta es que usted vale mucho simplemente por estar vivo y existir y pertenece a la gran fratría humana de los “Hijos de Dios”. Esa es su verdadera, profunda y valiosa identidad, la fuente de su dignidad, esté orgulloso de ella. Todo lo demás gira alrededor de este punto.

No tiene que demostrar nada, no tiene que hacer nada, simplemente saber que existe, pero experimentarlo en lo más profundo de su ser; que le ha tocado la lotería de existir y estar vivo. Afirman los budistas  que las posibilidades de  nacer como una persona son ínfimas. Como si una tortuga cada millón de años saliera a la superficie del océano Atlántico y tuviese la suerte de introducir  la cabeza dentro de un neumático. Usted es el triunfador de una carrera de millones de espermatozoides, usted llegó primero a la meta. Qué de acontecimientos han sucedido para que en miles de años de evolución toda la historia de sus antepasados desembocara en usted y naciera… Todas estas circunstancias y muchas más que ni soñamos, han concluido en su aparición como persona. Respire, cierre los ojos y sonría.

Lo que tenga o haga, son meros apéndices de su valor intrínseco y ontológico. No afirmo que no tenga cosas o no haga nada, sino que todo ello es parte superficial de su identidad. Su profunda identidad es que usted vale mucho por el mero hecho de existir, de ser una persona. Esta realidad está por encima de sus cualidades y defectos. Deje que ese sentimiento y pensamiento le penetre hasta el tuétano de los huesos y cuando descubra el sitio que le corresponde, cuando sepa quienes es, sentirá que es inquebrantable.

Gran cantidad de sufrimiento es originado por no tener una profunda y fuerte identidad fundamentada en el valor existencial de la persona. Es preciso renunciar a la vieja identidad basada exclusivamente en lo que tengo y hago, en sus cualidades físicas y mentales, y renacer a un nuevo conocimiento de sí mismo.

No se canse de meditar y profundizar sobre este punto, es un tesoro de mucha riqueza y una vez que intuya quien es, el siguiente punto sobre el que  reflexionaremos será: “cual es mi misión en la vida”. Lo discutiremos en el próximo folleto.

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