Negatividad en Navidad
Nuestro cerebro está programado por miles de años de evolución a focalizar la atención más fácilmente en lo negativo que en lo positivo, es un mecanismo de defensa y de supervivencia muy potente, y ha costado mucho tiempo de investigación llegar al conocimiento que esa negatividad incrementa el estrés y el malestar.
Si colocamos a una persona en un escáner de resonancia magnética, un aparato que nos muestra los cambios neuronales en el cerebro, y esta persona piensa simplemente una milésima de segundo en la palabra “No”, se advierte inmediatamente en la estructura cerebral una cascada de neurotransmisores y hormonas productoras de estrés que interrumpen el normal funcionamiento cerebral desconectando las zonas de la lógica, la razón, el procesamiento del lenguaje y la comunicación.
Si hacemos que una persona deprimida o ansiosa lea una lista de palabras negativas hará que se sienta peor. Y cuanto más repita y rumie estas palabras más se deteriorará las estructuras cerebrales que regulan la memoria, emociones y sentimientos. Disminuirá el apetito, el sueño y la capacidad del disfrute de su vida.
Si expresamos verbalmente estos pensamientos negativos, aunque sea ligeramente, más elementos químicos estresantes entrarán en funcionamiento, y no solamente en la persona que está hablando, sino también en las personas que la escuchan. Es el mismo efecto que sucede al fumador pasivo. Si está en una habitación donde se fuma, aunque usted no fume, repercutirán sobre usted las mismas consecuencias nefastas que al fumador.
El oyente ante una persona que expresa actitudes negativas, notará como aumenta su ansiedad e irratibilidad, disminuye su espíritu de cooperación y confianza, incrementará sus prejuicios y en definitiva, su bienestar. Deberá estar muy entrenada para contrarrestar todos esos estímulos negativos.
El rumiar pensamientos negativos que evoquen pobreza, ruina, enfermedad, fracaso, muerte, mala salud en general, enviará mensajes de alarma el Tálamo y la Amigdala, elementos cerebrales reguladores de las emociones y que reaccionaran automáticamente con los mecanismos de estrés interfiriendo con nuestra estructuras de toma de decisiones en el lóbulo frontal, incrementándose la propensión a actuar irracionalmente
Aunque estos pensamientos sean meras fantasías poco reales, el Tálamo y la Amigdala, no los distinguirán y reaccionarán como si las amenazas fueran completamente reales y ciertas
¿Qué podemos hacer para romper esta tendencia tan fuerte a pensar negativamente y cómo evitar sus consecuencias?
Primero. Identificaremos la amenaza, el pensamiento negativo, lo mejor y más específicamente que podamos. Lo clasificaremos, nombraremos y cuantificaremos.
Segundo. Intentaremos preguntarnos si la situación es tan extraordinariamente grave que amenace nuestra supervivencia física, nuestra principal preocupación. Seguramente estamos exagerando.
Tercero. Rebatiremos estos pensamientos y buscaremos pensamientos positivos completamente distintos. Hay que tener en cuenta que los pensamientos contrarios positivos no pesarán tanto como los negativos, el cerebro no responde tan fácilmente a los pensamientos positivos como a los negativos, por lo que tendremos que repetirlos lo suficiente para enterrarlos bien enterrados; al menos cinco pensamientos positivos por cada negativo.
Cuarto. Nos distraeremos con otras actividades, ya sea focalizando nuestra imaginación en la respiración o de cualquier otro modo. Nos centraremos en el aquí y ahora, sacaremos el máximo beneficio a lo que tenemos, seremos agradecidos. A los niños pequeños que lloran se les muestra un sonajero para distraerlos… Es el mismo método.
El resultado será que disminuirán la depresión y la ansiedad significativamente mejorando nuestra calidad de vida y la de las personas que nos rodean.
Los niños se excusan, las personas maduras cambian.
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