Cuando la reconciliación es imposible
Se acerca el tiempo de Navidad, época en que las reuniones con la familia y amigos se suceden frecuentemente. Todo nos llama a la fraternidad y a las buenas relaciones, pero ¿qué podemos hacer cuando la reconciliación con “esa” persona especial con la que no nos llevamos bien es muy difícil o mejor dicho, es imposible?
Esa persona que es realmente tóxica, que no desea cambiar de conducta hacia nosotros, que no quiere hacerse cargo de ninguna responsabilidad, que intenta siempre manipularnos o abusar de nosotros; esa persona que cada vez que estamos junto a él nos recuerda malos momentos, nos hace sentirnos inseguros e intenta dañarnos una y otra vez.
¿Qué puedo hacer cuando los varios esfuerzos para sanar la relación han fracasado y conozco por experiencia que la reparación y reconciliación no llegarán a ningún buen fin por más que lo intente?
Lamentaré lo que sucede, pero tendré lo suficientemente claro que esa situación no depende de mí, y como todo lo que no depende de mí, no gastaré ni un segundo en darle más vueltas ni rumiaré la situación.
Me perdonaré a mí mismo y a la otra persona. Perdonar no es olvidar, olvidar significa que caeré una y otra vez en la misma trampa, perdonar es reenmarcar la situación para no amargarme la existencia y entender que hay personas que no pueden actuar de otra forma de la que lo hacen. Perdonar es comprender lo que sucedió, lo que me ofrecerá confianza en mi vida, y dejaré marchar la ira y el odio. La otra parte no tiene nada que ver en el juego, no es parte del proceso, es un asunto mío. Perdonar es comprender que es inútil pedirle al naranjo que produzca plátanos. Si no me gustan sus actos le mantendré alejadode mi vida y no permitiré que me haga daño. Ni la amargura ni el resentimiento, ocuparán un minuto de mi mente, están en juego mi salud física y mental.
Por muy indigna e injustificada que haya sido su conducta conmigo, recordaré lo que decía un Padre de la Iglesia ante quienes le asesinaban: “Dios también los quiere”, e igual que los niños pequeños, “no saben lo que hacen”, lo que no quiere decir que no proteja mi vida ni deje que me hagan daño.
Aceptaré que vendrán algunos momentos incómodos. Si forzosamente nos tenemos que encontrar de vez en cuando, actuaré con la naturalidad y la educación correspondiente. Nada más.
Me rodearé mentalmente con un escudo de fortaleza. Prepararé los encuentros con claridad de ideas y reflexionaré sobre mi identidad. Soy mucho más que esa relación. Nadie es indispensable, esa persona, por muy cercana que sea, no es indispensable en mi existencia. Por muy duro que parezca la apartaré completamente de mi vida, las relaciones con ella se reducirán a las estrictamente indispensables, la trataré con formalidad y educación pero cortaré el miembro con gangrena para que no me mate.
La compasión debe ser siempre acompañada de la sabiduría o no es verdadera compasión sino un sucedáneo buenista que no lleva a ninguna parte. Si alguna vez “esa” persona necesita un favor mío, lo haré a través de otra persona para que nunca sepa que he sido yo, pues no permitiré que nadie haga que el odio habite en mi casa.
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