¿Obedecer siempre? Experimento de Milgram
Los seres sociales, como los humanos, tienen interiorizado profundamente el principio de obediencia a la autoridad. Es un mecanismo primario de supervivencia: el jefe era el más fuerte o más inteligente para defender a la comunidad, a la horda y manada y había que seguirle si querías sobrevivir. Los jefes se han aprovechado de esta obediencia para conseguir privilegios; pero ésa es otra historia. Ahora lo que quiero comentar es que el principio de obediencia a la autoridad no siempre es beneficioso para los elementos de la comunidad, pero el hecho de tener que enfrentarse razonablemente al jefe o a la autoridad, a pesar de que la orden sea irracional, es una tarea enormemente difícil pero indispensable para la salud individual y colectiva. Normalmente se racionaliza la orden para poder seguirla a pesar de que sea una barbaridad, otras veces ni siquiera se cuestiona: lo ha dicho el jefe y es suficiente.
¿Cómo es posible que sucedan la Alemania nazi, las atrocidades y brutalidades de comunistas o movimientos religiosos, las personas ajusticiadas desde aviones en Argentina, las matanzas en Yugoslavia, las barbaridades de los Hutus o los policías y jueces que acatan las ordenes de jefes anormales? ¿Es verdaderamente la gente mala, horrible, sádica o simplemente idiota? ¿Los genocidios son cometidos por personas malvadas y monstruosas?
No, la gente no es estúpida o monstruosa (aunque también los hay), sino simplemente personas que siguen y obedecen las órdenes de sus superiores jerárquicos sin cuestionarlas. El principio de autoridad está enormemente arraigado en nuestra programación mental: es muy difícil desobedecer a la autoridad. La toma de decisiones y su responsabilidad pertenecen al jefe.
Stanley Milgram, psicólogo en la Universidad de Yale, realizó unos experimentos en los que unas personas normales seguían órdenes de superiores. Se observó que los que serguían las órdenes eran capaces de infringir daños a sujetos inocentes. El experimento consistía básicamente en que bajo la supervisión de un jefe, el sujeto a estudiar era capaz de infringir descargas eléctricas a un estudiante que tenía que recordar palabras y que cada vez que fallaba en su ejercicio el ejecutor tenía que darle calambrazos cada vez más altos; comenzaba con 15 V y podían llegar hasta los 450 V.
El sujeto a experimentar no sabía que las corrientes no existían. La "víctima-estudiante" simulaba teatralmente los calambrazos. Cuando el administrador de los calambres dudaba sobre seguir el experimento ante el "daño" que estaba infringiendo debido a los gritos y movimientos espasmódicos del falso torturado por la corriente eléctrica, un simple comentario del jefe diciéndole que tenía que seguir con el experimento y aplicar el castigo era suficiente para que siguiera infringiendo "daño" a la "víctima-estudiante", llegando hasta los 450 V.
Antes de llevar a cabo el experimento, el equipo de Milgram estimó cuáles podían ser los resultados en función de encuestas hechas a adultos de clase media. Consideraron que el promedio de descarga se situaría en 130 V y si superaban esta cantidad, al presenciar los gritos del torturado, se pensó que todos o casi todos no obedecerían la orden de seguir aplicando shocks eléctricos y desobedecerían al jefe. Todos ellos creyeron unánimemente que solamente algunos sádicos aplicarían el voltaje máximo.
El desconcierto fue grande cuando se comprobó que el 65% de los sujetos que participaron en el experimento administraron el voltaje límite de 450 V a los estudiantes, aunque a muchos el hacerlo les colocase en una situación absolutamente incómoda. Ningún participante paró en el nivel de 300 V, límite en el que el alumno dejaba de dar, aparentemente, señales de vida.
No juzguemos severamente a estas personas, el experimento mostraba como cualquiera de nosotros, sin ser un sádico o un monstruo, es capaz, en unas circunstancias especiales, de obedecer a la autoridad, ejecutar lo que le dicen que tiene que hacer y actuar de una forma brutal con otras personas, de perder la capacidad de empatizar con el torturado y de desobedecer las órdenes de los superiores. Ésta es la clave que nos muestra cómo es posible el Holocausto judío o cualquiera de las otras barbaridades ejecutadas por los humanos.
Cuenta Günter Grass, el Nobel escritor alemán, que coincidió en las juventudes nazis con un chico (después se supo que era testigo de Jehová), ario de pura cepa, rubio, alto y propio de un póster de la propaganda nazi, era de los primeros en los deportes y trabajos pero se negaba a tocar un arma con el siguiente pretexto: “nosotros no hacemos eso”. A pesar de la presión de los compañeros y autoridades nunca cedió a su frase “nosotros no hacemos eso”. La entereza de esta persona se le quedó grabada toda la vida.
Ante las órdenes de inhumanidad dada por quien sea, la frase “nosotros no hacemos eso” debería ser una de las asignaturas que cualquier persona debería aprender hasta el tuétano de los huesos. Ninguna circunstancia por aparentemente dura que sea, debe consiguir hacernos cambiar: "nosotros no hacemos eso".
Nota: Si está interesado en el experimento de Milgram visite el siguiente enlace: The Experimenter. https://www.youtube.com/watch?v=O1VOZhwRvWo
(*) Esquema modificado tomado de: https://es.wikipedia.org/wiki/Experimento_de_Milgram#/media/File:Milgram_Experiment.png
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